Era un
hombre alto, esbelto con una melena larga y plateada que estaba de espaldas. El
tiempo pareció detenerse cuando éste empezó a girarse para mirarles fijamente y
evaluar la situación. La iluminación rojiza de aquel pasillo resaltaba sus ojos
verdes que brillaban con ese típico resplandor resultado de la exposición al
mako. Cloud y él enseguida conectaron a un nivel que nadie supo comprender y se
quedaron mirando por largo rato. No importaba que el edificio se estuviera
viniendo abajo, nadie, ni los Turcos ni los científicos ni tan siquiera el
propio doctor Hojo, se atrevieron a mover un solo músculo ante aquella
aplastante presencia. Todos le observaban con los ojos fuera de órbita con una
admiración tal que sólo se podía comparar con el miedo que les inspiraba. ¡Era
el mismísimo Sephiroth!
— ¡Tú! —
Dijo de pronto dirigiéndose a Cloud y rasgando la voz profundamente al tiempo
que entrecerraba los ojos, como si forzara sus recuerdos. El chico se puso en
guardia, esperando un ataque directo y no abrió la boca en ningún momento por
lo que ella supuso que seguramente le estaría hablando mentalmente, pero no
pudo oír nada. Realmente Jénova les había bloqueado esa vía de comunicación y
al pensar en ella la pudo oír gruñir en su cabeza: Ya no te necesito. Acto seguido el joven ex soldado se desplomó completamente
inconsciente, como una marioneta a la que le cortan las cuerdas, atrapándola
bajo su cuerpo.
— ¡Cloud!
¡No! — Kanha, casi sin fuerzas, se movía inútilmente intentando liberarse del
peso muerto de su amigo, pero su debilidad física le imposibilitaba moverse con
soltura. — ¡No! Despierta, por favor…— Pero la energía la abandonaba
completamente, se le nublaba la vista y sus movimientos cada vez eran más
endebles. No pasó mucho hasta que ante su propio horror empezó a perder la
consciencia. No, por favor, ahora no…
Se oían
unos pitidos de fondo, los típicos de un monitor cardíaco. Debo de estar de vuelta en el laboratorio… pensó sin poder
recuperar la consciencia del todo. Por lo
visto, al final no pudimos escapar… se lamentó. Su mente se despertaba y
volvía a dormirse continuamente, atravesando el limbo del sueño constantemente
y sin control alguno. Pero tenía una fuerte voluntad que no le dejaba olvidar a
sus queridos amigos y no podía descansar tranquila hasta asegurarse de que todos
estuvieran bien. Finalmente, se vio con las fuerzas suficientes para abrir los
ojos. Había perdido totalmente la noción del tiempo. Al principio todo era
borroso y la luz le molestaba enormemente. En realidad no podía ver nada aparte
de la blancura de la sala donde estaba. Sin embargo, enseguida detectó un
movimiento rápido, como si hubiera alguien con ella esperando a que volviera en
sí, pero tuvo que volver a cerrar los párpados porque el dolor que le producía
la intensidad de la luz era insoportable.
—
¡Enfermera! ¡Enfermera! ¡Rápido, parece que se está despertando! — Era la voz
de una mujer y le era sumamente familiar, aunque no atinaba a ponerle un nombre
o una cara.
Volvió a perder
la consciencia. Continuamente saltaba la línea entre sueño y realidad y no
tenía muy claro si lo que veía y oía era real o tan solo formaba parte de su
mundo onírico. Oyó pasos, notó cómo la tocaban, pero no podía mover su cuerpo;
nada respondía a sus estímulos. Era como si no acabara de estar en la misma
dimensión que su cuerpo.
— Sí,
parece que está despertando del coma. Avisaré al doctor. — Y unos pasos
acelerados abandonaron el lugar, mientras que una mano cálida agarró la suya.
— Vamos, mi
amor. Sé fuerte. Vuelve con nosotros. — Imploró la mujer de antes con signos
claros de estar lloriqueando.
De repente
todo lo que había pasado justo antes de que se quedara inconsciente volvió a
ella y pensó en cuánto tiempo llevaría en aquella cama, en si todos estarían
bien y también si habrían conseguido salir del Edificio Shinra o si, por el
contrario, continuaban dentro del laboratorio. Porque identificaba que estaba
en un hospital, pero tal vez fuera una parte del propio laboratorio del doctor
Hojo. Tampoco sabía si había pasado mucho tiempo o poco. Se sentía tan perdida
como cuando aterrizó en los Suburbios semanas atrás. De pronto unas manos
calientes y excesivamente perfumadas la empezaron a examinar. No reconoció
ninguna de esas características. No es Cloud,
pensó.
— Señora,
parece que su hija está volviendo en sí. — ¿Su
hija? Pensó sorprendida. — Ahora está dormitando, pero es cuestión de
tiempo que despierte definitivamente. Volveré a venir antes de acabar mi turno
para ver su evolución. Si volviera en sí antes, por favor avísenme.
— Por
supuesto, doctor. — Contestó la mujer en un suspiro, como si no le salieran las
palabras. Acto seguido notó cómo el médico se alejaba un poco para dar
instrucciones a la enfermera y la mano de la mujer volvió a aferrarse a la
suya.
Con un gran
esfuerzo volvió a intentar abrir los ojos para verla. Sabía lo que era una
madre, pero no la recordaba y sentía mucha curiosidad. Seguía con su amnesia y
tenía tantas preguntas… Por desgracia, seguía en esa dimensión paralela sin
poder obrar sobre su propio cuerpo, así que se rindió sumiéndose a la
inconsciencia una vez más.
Pasada una
cantidad totalmente incierta de tiempo, volvió a abrir los ojos. Esta vez con
más decisión, con más control sobre sí misma. Ya no había tanta luz, por lo que
dedujo que se había hecho de noche, y poco a poco fue enfocando más la vista
hasta que empezó a distinguir los objetos de su alrededor. Al principio no
quiso moverse, para no alertar a nadie. Al fin y al cabo, tampoco sabía cuál
era su situación real; tal vez siguieran en peligro y prefería ser prudente.
Desde donde estaba vio que se trataba de una habitación de hospital y enseguida
se dio cuenta de que no podía ser el laboratorio del doctor Hojo porque había
un gran ventanal a través del cual se vaía un cielo totalmente despejado y
estrellado. La sala donde se encontraba estaba en penumbra, por lo que dedujo
que era de madrugada. Justo a su lado estaba la máquina que emitía los pitidos
constantes que marcaban su ritmo cardiaco. Y a continuación había una butaca
que hacía las veces de cama para una señora que dormía profundamente. Tenía
cara de llevar varias semanas sin dormir como era debido y la joven no quiso
despertarla, ya que parecía que dormía plácidamente.
¿Es esa mi madre? Se
preguntó a sí misma. Aún tenía la vista un poco borrosa, pero verla no le
despertó ningún recuerdo ni sentimiento, por lo que no entendió nada y no quiso
darle más importancia. Lo cierto es que prefirió centrarse en lo que sí que
conocía y en lo que estaba segura de que debía hacer. Tengo que salir de aquí. Tengo que encontrar a los demás. Tengo que
explicarles todo lo que he descubierto. Tengo que asegurarme de que están bien
y si no es así tengo que correr a ayudarles. Tengo que hacerme más fuerte.
Tengo que aprender a invocar a Sagrado y a dominarlo. Tengo que acabar con
Jénova y con el proyecto de Shinra que acabará por destruir Gaia entero si no
nos damos prisa. ¡Tengo que irme de aquí y no puedo perder más el tiempo! Con
una firme convicción, con sumo cuidado y haciendo el mínimo ruido para no
despertar a la señora que estaba durmiendo allí mismo, se incorporó, se sentó
al borde de la cama y echó los pies al suelo. Volvió a mirar a la mujer para
ver si algo se despertaba en ella, pero no sucedió nada. Después miró sus pies
descalzos y movió los dedos como si llevara mucho tiempo sin hacerlo. Cuando
apoyó todo el peso en el suelo dudó por un momento de si sería capaz de
mantener el equilibrio, porque a pesar de todo se sentía bastante débil, pero
enseguida reunió las fuerzas necesarias para echar a andar y escapar de aquel
lugar. Sin embargo, a los dos pasos se desplomó y la mujer de la butaca se
despertó sobresaltada.
— ¡Andrea! —
Gritó. ¿Andrea? Se preguntó la chica.
Sin esperar respuesta fue hasta ella y se agachó para ayudarla a levantarse y
que así pudiese volver a la cama, pero la pobre estaba muy cansada y sola no
podía con ella. — ¡Enfermera! ¡Enfermera! — Pronto entraron dos mujeres
vestidas con bata blanca para ayudarla.
— ¿Qué ha
pasado? — Preguntó una de ellas.
— No lo sé.
— Contestó al borde del llanto. — Ni siquiera me di cuenta de que me había
quedado dormida… Yo… simplemente me despertó el ruido que hizo al caer.
— No se
preocupe, señora. Yo misma avisaré al doctor. Si no descansa pronto será usted
la que se tenga que tumbar en la cama. — Enseguida, la joven abandonó la
habitación y su compañera se dedicó a poner a la chica sobre la camilla. La
madre no paraba de hacerse friegas con las manos, presa de los nervios.
— ¿Está
bien? — Preguntó con un hilo de voz.
— Es pronto
para dar un diagnóstico. El doctor será la persona más indicada para responder
a esa pregunta. — La pobre mujer echó a llorar y se tapó la cara como si le
diese vergüenza que la vieran. — Andrea, — dijo la enfermera intentando captar
la atención de la chica. — estás en el Hospital General. ¿Entiendes lo que te
digo? — Sí que lo entendía, así que asintió. Estaba tan sorprendida por la
situación que no se veía capaz de articular palabras con sentido. Andrea… ¿Es ese mi verdadero nombre? —
Bien. — Continuó la enfermera. — Dime, Andrea, ¿recuerdas por qué estás aquí? —
Presa del shock miró a su interlocutora directamente a los ojos y recapacitó
para poder responder a la pregunta. Lo primero que hizo fue indagar en su
memoria. No encontraba otra explicación que el derrumbe del edificio Shinra o
que los hubieran abatido los Turcos, pero la ciudad que veía a través del
ventanal no se parecía a Midgar y tenía la sensación de que estaba fuera de
lugar, por lo que simplemente dijo que no con la cabeza. Entonces, la que decía
que era su madre, interrumpió el silencio con un llanto, como si aquella
respuesta hubiese destruido su mundo. — Está bien. Ahora vendrá el doctor. Él
te explicará lo que necesites saber y también mirará que estés bien, así que te
pido que por favor no te muevas de la cama. Ahora voy a acompañar a tu madre.
Lleva muchos días esperando este momento, pero creo que el doctor trabajará
mejor si está a solas contigo. Si necesitas algo simplemente tienes que apretar
este botón. — La chica le puso un pulsador en la palma de la mano para que lo
tuviera lo más cerca posible. — ¿Has entendido lo que te he dicho? — De nuevo
asintió y la enfermera le sonrió amablemente. Después le hizo una caricia en la
mano a modo de despedida y se dirigió a la señora que la había estado
acompañando. — Venga conmigo, le daré un tranquilizante antes de que su estado
empeore. — La mujer no parecía estar de acuerdo con la decisión, pero accedió
sin oponer resistencia aunque no parecía tener mucha prisa. El doctor apareció
por la puerta antes de que se hubiesen ido. Cruzaron unas palabras y después
cada uno siguió su camino. Era un hombre de unos treinta y tantos, atractivo,
de piel aceitunada y claros rasgos árabes, aunque tenía unos ojos verdes muy
penetrantes que enseguida captaron su atención.
— Hola. Soy
el doctor Yagoubi. He sido la persona que ha estado llevando tu caso desde que
ingresaste. ¿Entiendes lo que te digo? — Asintió. — Perfecto. Ahora voy a
hacerte un examen físico básico, ¿de acuerdo? — Volvió a decir que sí con la
cabeza. Dicho esto el doctor empezó tocarle las plantas de los pies a lo que
ella reaccionó y el médico sonrió complaciente. También siguió su dedo con la
mirada, le dijo que hiciera algunas cosas como tocarse la nariz con la punta
del dedo índice de cada mano, etc. — ¡Vaya! Parece que todo es correcto, aunque
cuando haya redactado mi informe querré asegurarme de que estás bien de verdad
con pruebas. ¿Te parece bien? — Volvió a asentir. De pronto la sonrisa cálida
del joven apuesto se borró para dar paso a un semblante serio. — Andrea,
¿podrías decirme por qué estás aquí? — De nuevo le dio miedo responder, no
quería rebelar información que después se pudiera volver en su contra, por lo
que simplemente dijo que no. — ¿Qué es lo último que recuerdas? — La chica
repitió el gesto. — Debes recordar algo… ¿Cuándo fue la última vez que viste a
tu madre? — Pero ella insistió con la negativa más enérgicamente y el médico
pareció rendirse. Entonces posó su cálida mano sobre la suya, como si quisiera
transmitirle su afecto y ella le miró a los ojos. — Andrea, llevas tres meses
ingresada. En todo ese tiempo tu madre ha estado aquí contigo, rezando
continuamente por que llegara este momento. Desde que entrasteis por la puerta
no se ha separado de ti, incluso ha abandonado el resto de su vida para estar a
tu lado. En estos tres meses debe haber perdido unos diez kilos. De hecho, está
un poco delicada de salud, por eso la enfermera se la ha llevado. Pero no te
preocupes, mañana volverá a estar contigo. Hemos creído que sería bueno para
ella que durmiera mientras te hacemos las pruebas, así que le han dado un
tranquilizante y le han habilitado una cama para que pueda dormir en
condiciones. Pero no se lo digas a nadie porque este es un hospital público y
no tenemos permiso para hacer eso. — El joven le guiñó un ojo buscando un plus
de complicidad. Ella no sabía qué pensar, pero a la enfermera que le había
acompañado le pareció gracioso y se le escapó una risilla traviesa. — Julia,
por favor, trae un vaso de agua. — Le dijo el doctor recordando que también ella
estaba allí. La chica dejó la carpeta que llevaba consigo encima del pie de la
cama y se fue a cumplir con su cometido. — ¿Estás cansada? — Insistió él. Ella
negó con la cabeza. — ¿Quieres preguntarme algo? — La chica dudó. Lo cierto era
que cada día que pasaba tenía más dudas, que cada vez que encontraba respuestas
se planteaba nuevas preguntas, como si fuese un bucle infinito, pero su
curiosidad era así y no podía hacer nada para remediarlo.
— Sí…—
Consiguió decir casi sin voz y de pronto notó la garganta totalmente seca.
Instintivamente se llevó las manos al cuello.
— No te
preocupes. Es normal que te cueste hablar. Acabas de despertar del coma. De
hecho, si te soy sincero, me sorprende lo rápido que has vuelto en sí. — Ella
lo miró extrañada. — Sí, incluso estuviste intubada, por lo que posiblemente
tengas las cuerdas vocales inflamadas. — Como si supiera que estaban pensando
en ella, la enfermera apareció por la puerta con un vaso de agua que fue más
que bienvenido. Fue él quién lo cogió y se lo ofreció como si ella no tuviera
manos. Ella sorbió. — Despacio. Estoy seguro de que te lo beberías de un solo
trago, pero no te precipites o te ahogarás. Despacio, por favor. — Ella
obedeció. No lo conocía, pero le inspiraba mucha confianza, como si lo viese
incapaz de hacerle daño y no dudó de su profesionalidad ni por un momento. Al
fin y al cabo, sin voz y sin poder salir de allí por su propio pie, estaba
totalmente a su merced. — ¿Mejor? — Le preguntó cuando ya se había bebido medio
vaso. Ella asintió. — Querías preguntarme algo…— Ella tragó saliva intentando
reunir fuerzas. Ciertamente se sentía muy débil.
— ¿Había
alguien conmigo? — Consiguió decir con una voz rasgada que no reconoció.
— ¿Cuándo?
¿Cuándo ingresaste? — Ella asintió. — No. Sólo te acompañaba tu madre.
— ¿Sólo me
rescataron a mí?
— Así es.
— ¿Y cómo
me encontró? — El médico frunció el ceño, como si se hubiese perdido.
— Mira
Andrea. No es algo que pase muy comúnmente, pero estás aquí porque te alcanzó
un rayo. De hecho, cuando llegaste no creímos que este momento llegaría. Algún
médico le quiso decir a tu madre que te ibas a quedar como un vegetal y en las
reuniones del departamento se comentó la posibilidad de comentarle que podríamos
desconectarte para dejarte morir, pero finalmente no se hizo básicamente porque
yo siempre me opuse. No eras un vegetal ni mucho menos. Tu actividad cerebral
era increíble para ser una persona en coma y me provocabas fascinación. Estaba
convencido de que algún día podríamos conversar y le di mi teléfono personal a
tu madre para que me llamara si abrías los ojos. Quería estar aquí para
conocerte, para charlar. Yo también tengo muchas preguntas, ¿sabes? Pero creo
que será más justo que tomes tú la iniciativa, ya que todo lo que ves es nuevo
para ti y yo ya llevo varios meses pendiente de tu evolución.
— ¿Un rayo?
— No recordaba nada de eso y aunque había escuchado atentamente toda la
explicación seguía sin entender cómo había empezado todo.
— Sí, fue
un día que llovió mucho. Cayeron varios rayos en la ciudad. Por lo visto, en tu
casa había corriente de aire y uno de ellos se coló alcanzándote en su camino.
Te dio de lleno y caíste fulminada. No sabemos cuánto rato tardó en llegar tu
madre. Lo único que sabemos es que enseguida llamó a una ambulancia y que te
realizó algunos ejercicios de reanimación mientras llegaba. Supongo que no pasó
mucho porque sino ahora mismo sería imposible que estuviéramos teniendo una
conversación. Habrías tenido un déficit de oxigeno en el cerebro tan importante
que la mayoría de tus neuronas habrían muerto. De ahí viene la teoría del
vegetal. Pero aquí estás. ¡Un milagro en vida! — Ella le sonrió tímidamente y
miró el vaso lanzándole una indirecta. — ¿Más agua?
— Por
favor. — Contestó con aquella voz rasgada a la que no se acostumbraba. Dio un
par de sorbos de la mano del joven. — No entiendo nada. — Atinó a decir tras
meditarlo seriamente.
—
Pregúntame lo que quieras.
— ¿Estoy en
la Tierra?
— Por
supuesto. ¿Dónde si no?
— Claro…—
Dijo riendo de su propia estupidez.
— Me parece
que ya lo entiendo… Supongo que has estado soñando. Claro, eso explicaría
muchas cosas.
— ¿Soñando?
— No es muy
habitual. Normalmente, cuando se está en coma la actividad cerebral es bastante
limitada por lo que no se sueña. Pero tu caso ha sido distinto. Tu curva era
constante y no paraba ni de noche ni de día. Gracias a ello decidimos mantener
la esperanza en ti. Era algo anormal que merecía ser observado. No entendíamos
a qué era debido, pero ahora que lo pienso podrían ser sueños perfectamente.
— ¿Qué
quiere decir?
— Quiero
decir que si has estado soñando tan intensamente tal vez creyeras que todo lo
que veías y oías era real, por eso eras tan activa. Fuese lo que fuese olvídalo
porque ya no forma parte de tu vida. Ya has despertado, Andrea. Bienvenida al
mundo real. — Sentenció con una sonrisa que le habría parecido de lo más dulce
si no fuese porque sintió cómo se derrumbaba su mundo y ante la sorpresa del
médico se puso a llorar desconsoladamente. Él enseguida se sentó al borde de la
cama junto a ella y la abrazó. — Julia, por favor, déjanos solos. Si te
necesito te llamaré. Gracias. — La chica asintió y se fue cerrando la puerta
tras de sí. La joven lloró por largo rato convulsionando con cada suspiro, con
cada llanto, mientras que él la intentaba consolar dándole friegas en la
espalda y apretándola contra él. Sin embargo no dijo nada, simplemente se
limitó a ser el hombro sobre el que llorar.
— No puede
ser…— Era muy difícil hablar con aquella voz que no era suya y además entre
sollozos incontrolables. — No puede ser… Era real, tiene que ser real ¡No puede
ser! — La tristeza dio paso a la desesperación y aquello no parecía tener fin.
— Andrea,
—dijo él finalmente— tienes que calmarte. Me gustaría mucho escuchar tu
historia, pero va a ser imposible si no te tranquilizas un poco. — Podía notar
la vibración de su voz en contacto con su pecho. El olor que desprendía era
agradable y, en cierta manera, le reconfortaba que estuviera allí con ella. — Además, te recuerdo que acabas de despertar de
un coma profundo y que estas emociones pueden ser demasiado para ti, podrías
recaer, por lo que si no te calmas sola tendré que hacerlo médicamente. — Ella
se apartó y encontró que le estaba ofreciendo un pañuelo de papel para
enjugarse las lágrimas. Lo aceptó. Era muy difícil dejar de llorar, pero no
quería volver a perder la consciencia ni tampoco que la drogaran.
— ¿Qué
quiere saber? — Logró preguntar después de sonarse la nariz.
— ¿Dónde
has estado, Andrea?
Ante una
persona que parecía de su mundo, que no representaba un peligro para que
AVALANCHA prosperara en su plan de acabar con la Corporación Shinra, le contó
todo lo que recordaba, empezando con su despertar en los Suburbios, su huida de
Midgar, lo que aprendió en la granja de chocobos, su captura y lo que pasó en
el edificio con el presidente Rufus y con el doctor Hojo. Le habló de Aerith,
de los Cetra, del Lifestream, de Tifa, de Barret y sobretodo de Cloud. También
le explicó cuáles eran sus habilidades especiales, lo que representaba ser
Soldado, el mako, la exposición, Sephiroth y Jénova. El joven la escuchó
atentamente, con cierta fascinación, incluso tomó alguna que otra anotación, y
el tiempo se les escapó sin darse cuenta. El amanecer llegó entre sorbos de
agua y aventuras increíbles de un mundo que sólo ella conocía.
— Doctor
Yagoubi. — La enfermera irrumpió asomándose a la puerta sin llamar. — Ha
llegado la hora del cambio de turno. Me tengo que ir. — Él se miró el reloj un
tanto sorprendido y le asintió.
— Gracias
Julia. — El sol ya había salido, la luz inundaba la habitación e incluso se oía
el canto de los siempre madrugadores gorriones. — Pues se nos ha hecho tarde.
Bueno, si quiero ser correcto, la verdad es que se nos ha hecho temprano. Son
las ocho. ¿Estás cansada?
— No. —
Después de hablar durante horas, por fin, había recuperado su voz.
— ¿Te
encuentras mejor?
— Sí. — Lo
cierto era que contárselo todo le había servido de bálsamo. Tenía la sensación
de haber estado explicando un cuento. Como si cada vez se lo creyera menos,
como si estuviera aceptando que todo aquello había sido realmente un sueño y
que ya había despertado para empezar con un nuevo día.
— Mira,
vamos a hacer una cosa. Ahora te dejaré con una enfermera para que te puedas
duchar. Después de tantas semanas en cama te falta musculatura en las piernas,
por lo que dudo mucho que puedas ir muy lejos sin ayuda. Después de asearte
pediré que me avisen e iremos a dar un
paseo por el jardín del hospital. Quiero que me cuentes más cosas sobre tu
aventura y también quiero que respires aire fresco, que observes de nuevo con
tus propios ojos la belleza de nuestro planeta para que te sea más fácil
asimilar que has vuelto y que Kanha es alguien que quedó atrás. — La chica
asintió sin demasiado entusiasmo y él le sonrió mostrando satisfacción.
El joven se
fue creyendo que había podido zanjar el tema, pero ella sentía que aquel no era
su lugar, por mucho que se estuviera convenciendo de lo contrario. Miró su bata
y era de un azul claro, como la que le dieron en el laboratorio. Como la que
llevaba cuando despertó en los Suburbios. Volvió a fijarse en los dedos de sus
pies y los movió provocando un ruido de fricción. La entrada de una enfermera en
la habitación interrumpió su concentración. Sin darle demasiada conversación la
ayudó a bajarse de la cama y a caminar hasta la ducha, que estaba dentro del
lavabo de la habitación. Le desnudó y la sentó en una banqueta de plástico para
empezar con el baño.
— Me
gustaría hacerlo yo sola. — Dijo la muchacha. Necesitaba estar sola, pensar,
digerir todo lo que le estaba pasando. La mujer la miró con cierta desconfianza,
pero cedió a su petición mostrándole primero lo que debía hacer en caso de que
necesitara su ayuda. Después se fue proporcionándole ese espacio que tanto
necesitaba.
Cuando estaba en Gaia todo me parecía increíble,
pero ahora que estoy aquí me parece increíble que aquello no fuese real. Tiene
que serlo. No puede ser todo lo que viví fuese solo un sueño. Cloud era real.
Mis sentimientos por él eran reales. Mi dolor era real. Y pensando
en esas palabras notó un agudo pinchazo en su hombro izquierdo. Entonces
recordó el balazo perdido de los Turcos que llegó a rozarle cuando estaban
huyendo del laboratorio. Primero se tocó y notó que había algo y totalmente
ojiplática se lo miró para ver que realmente tenía una herida que aún no había
cicatrizado del todo y que reaccionó al contacto con el agua caliente. ¡Ha sido real! ¡No ha sido un sueño!
Sephiroth dispuesto a luchar |