lunes, 9 de enero de 2017

Capítulo 23. Test subject numbre 68

Kanha lloró por largo rato. Reno simplemente respetó el espacio de intimidad que la chica había encontrado cuando metió la cabeza entre sus rodillas. Finalmente, entre delirios, se quedó adormilada y un portazo la despertó con un sobresalto que casi le cortó la respiración. Al principio creyó que sería Reno, en una de sus bromas macabras aprovechándose de su desesperada situación, pero pronto se horrorizó cuando se dio cuenta de que el Turco esperaba pacientemente sentado en una silla y que había sido el mismísimo doctor Hojo el que acababa de irrumpir en la sala. Estaba cubierto de sudor, como si viniera de una maratón, y aún jadeaba. La chica lo miró esperando cualquier cosa. Que pase lo que tenga que pasar...

— El día de hoy va a ser muy largo. — Dijo sin quitar la vista de la chica. — Reno, avisa de que me preparen el suero para no dormir hoy. Tengo mucho trabajo. Todo el mundo doblará turnos. ¡Es una orden! ¿Queda claro?

— Sí, señor. — Enseguida salió por la misma puerta por la que habían entrado y Kanha se quedó sola con el doctor.

— Ya ves que soy un hombre muy ocupado, así que voy a ser optimista y me voy a atrever a preguntarte directamente lo que quiero saber: ¿Por qué puedes usar la energía vital para invocar magia si no tienes la marca? — Kanha sabía que no podía responder a esa pregunta porque ella tampoco conocía la respuesta, pero tampoco creyó que decirle que no lo sabía fuese una buena opción, así que se quedó en silencio. — ¿Te das cuenta de que estamos tú y yo solos? Si eres capaz de lanzar hechizos de magia blanca seguramente tu magia negra sea bastante poderosa por lo que me convertiría en una presa fácil para ti. Viendo que no pretendes hacerme daño entiendo que eres una chica lista porque sabes que no saldrás de aquí impune si lo hicieses. Además, eres consciente de que tus acciones podrían acabar con la vida de tus amigos, ¿verdad?

— Reno dijo que a usted no le importarían nuestros sentimientos. — Comentó finalmente la chica.

— Reno sabe que soy un hombre pragmático, por eso te doy la oportunidad de hablar sin que haya un Turco delante. No tardará en volver, así que no te queda mucho tiempo. ¿Dime: cómo lo haces? — Kanha apretó los labios meditando qué decir, pero antes de empezar a hablar el pelirrojo entró por la puerta.

— Aquí tiene, señor. — Le dijo ofreciéndole una pistola médica cargada con un vial azul.

— Lástima, perdiste tu oportunidad… Reno, lleva a la chica a la sala de esterilización. Empezaremos con las pruebas de diagnóstico inmediatamente.

— Entendido. — El joven se agachó para cogerla del codo y levantarla a la fuerza. Fue doloroso.

Caminaron por un largo pasillo blanco hasta dar a una puerta lateral camuflada en la que había un banco, una cesta de la colada y un par de colgadores.

— Debes quitarte toda la ropa y accesorios que lleves y colocarlos en la cesta. — Le dijo con un tono monótono. Kanha se lo quedó mirando. — Espabila. El profesor no me dijo que fuese amable contigo, por lo que no tengo por qué serlo.

— Pues si quieres que haga eso vete.

— ¿Estás de broma? No me moveré de aquí sin ti.

— Y yo no pienso desnudarme delante de ti.

— Escucha niña, yo sólo sigo órdenes. No eres el primer sujeto de pruebas que entra caminando al laboratorio y sé perfectamente cuál es el protocolo a seguir. A mí no me importa que seas chico o chica, si llevas ropa o no, no te miro con esos ojos, por lo que si no te desnudas tú solita tendré que hacerlo yo. — Ella lo miró con desprecio, cubriéndose instintivamente el cuerpo con los brazos.

— ¡Me das asco!

— Eso ya me lo habías dicho. Vamos, el profesor nos espera. — Y en un movimiento rápido la cogió del bajo del jersey y se lo quitó por la cabeza con una brusquedad que le rasgó la ropa.

— ¡Para! — Gritó por el dolor que le produjo la brusquedad de su captor. Al fin y al cabo, también era un Soldado con fuerza sobrehumana que, por lo visto, no estaba habituado a tratar con chicas. — Lo he entendido. Ya sigo yo solita. — Reno se relajó.

— Pues date prisa o continuaré.

Con desgana, la chica se quitó los tirantes, que se habían roto por haberlos estirado demasiado para sacarle el jersey sin retirarlos primero, y los pantalones. También las botas y finalmente los shorts. De nuevo intentó cubrirse apretando las piernas y cruzando los brazos sobre su torso y miró al Turco esperando el siguiente paso. Él la observaba impertérrito.

— Repito: tienes que quitarte toda la ropa y accesorios que lleves y ponerlos en la cesta.

— ¡No voy a desnudarme delante de ti! — Reno suspiró hastiado y en un visto y no visto le arrancó la ropa interior tirando de ella y haciéndola añicos. Después le dio un empujón que la obligó a sentarse en el banco y pronto se encontró también sin calcetines.

— Espero que el colgante te lo quites tú solita… — Añadió visiblemente cansado de esperar. Kanha lo sujetó unos instantes entre sus manos, era el fragmento de materia que Aerith le había confiado, y con lágrimas en los ojos se lo quitó para ponerlo en la cesta que contenía lo que quedaba de sus pertenencias. Las lágrimas le caían de pura impotencia — Estamos listos. — Dijo el Turco mirando arriba, como si les estuvieran observando y, de repente, una de las paredes cedió para dar paso a una nueva sala que estaba iluminada con luces azuladas. — Esta es la sala de esterilización. Debes entrar tú sola. Una vez dentro se cerrarán todos los accesos y deberás seguir una serie de instrucciones que oirás por megafonía. Déjame aclararte que tendrás que seguirlas al pie de la letra si no quieres que les pasen cosas malas a tus amigos. ¿De acuerdo? Recuerda que te estaremos observando…

— Malditos… — Musitó.

— Cuando acabe la esterilización —continuó como si no hubiese oído nada— pasarás a otra sala en la que te indicarán el procedimiento que deberás seguir y será mejor que seas buena, ¿entendido? — Ella simplemente le miró con furia. — Creo que sí. ¡Chica lista!

Entonces la volvió a coger del codo para obligarla a entrar y ella no se resistió. ¡Qué frío! Una vez dentro, la pared volvió a ponerse en su sitio y un Reno sonriente le dijo adiós con la mano hasta que la rendija por la que se veían desapareció del todo. Por fin sola, pero atrapada y totalmente desnuda.

— Por favor —resonó una voz metálica— póngase sobre la marca roja del suelo.

No era una sala muy grande, pero allí no había nada y tenía una forma ovalada que contribuía a que se sintiera aún más incómoda. Pensando en el bienestar tanto de Cloud como de Aerith siguió las órdenes sin dudarlo y se posicionó sobre un gran punto rojo que estaba pintado en el suelo. De pronto empezó a notar que subía la temperatura y que el frío desaparecía. Al poco se empezó a generar una especie de vapor, como de sauna, que tenía un olor peculiar y que cada vez se tornaba más denso. Poco después, unos chorros de agua a presión salieron de las paredes e impactaron sobre ella. La intensidad fue tal que le resultaron incluso dolorosos. Al cabo de unos segundos cesaron y una especie de lluvia fría que caía directamente del techo hizo que se le escapara un grito y se acurrucó para intentar conservar el calor corporal.

— Por favor, mantenga los brazos y las piernas separadas del cuerpo, sino nos veremos obligados a volver a empezar. — No tuvo más remedio que obedecer. ¡Es como una tortura china!

El cuerpo le empezó a tiritar en contra de su voluntad y cuando empezó a notar que se le entumecían las extremidades y que ya no podía controlar el castañeteo de sus dientes la lluvia cesó. Entonces la sala se volvió a calentar y de nuevo apareció el agradable vapor, por lo que recuperó su temperatura corporal con relativa rapidez. De pronto, oyó un chasquido y algo que se movía en la sala por lo que se puso en guardia.

— Cuando esté lista, podrá ponerse una de las batas del armario y usar calzado. Rogamos que cuando lo haya hecho pulse el botón rojo que verá delante suyo.

Había demasiado vapor como para ver nada, pero no quería estar desnuda por más tiempo y empezó a caminar a ciegas. Sorprendentemente, aquella bruma desapareció mucho antes de lo que creyó y pronto vio que se había abierto un pequeño habitáculo en una de las paredes que contenía varias batas azuladas colgadas en perchas y algunas pantuflas del mismo color en la parte inferior. No perdió ni un segundo y se puso lo que creyó que era más de su talla, aunque posiblemente todo fuese del mismo tamaño. Enseguida vio el botón rojo que le habían dicho y dudó por un momento, pero tampoco tenía opción, así que lo pulsó y se abrió otra puerta camuflada que daba a otra sala diferente; esta tenía la iluminación rojiza que ya había visto anteriormente y el doctor Hojo estaba allí, aunque no parecía estar esperándola. En su defecto, otro científico se acercó a ella.

— Señorita, por favor, pase por aquí. Le vamos a tomar una muestra de sangre y de orina. — Ella simplemente le obedeció.

Aquello sólo fue el principio de una sucesión de chequeos médicos que les tomaron varios días, aunque Kanha perdió totalmente la noción del tiempo y llegó un momento en el que no pudo determinar siquiera si aún era de día o si ya se había hecho de noche. Durante ese periodo le hicieron de todo: pruebas rutinarias, como si estuviese en una revisión pediátrica, es decir, reflejos, vista, salud dental, pruebas auditivas, coordinación, complexión esquelética y un larguísimo etcétera. Además, fueron más allá con ecografías del tórax y el abdomen, electrocardiograma, resonancias magnéticas y otra larga sucesión de diferentes exámenes más exhaustivos. A pesar de las circunstancias, no se sentía violenta, al menos no como cuando se quedó a solas con Reno, sino simplemente como si estuviese en la consulta del médico. Estar allí no le pareció tan horrible como Cloud se lo había pintado. Con lo que él le había dicho esperaba que la torturaran o algo por el estilo, pero no fue así. Al menos de momento.

Entre una cosa y otra la dejaban descansar en una especie de celda que intentaba simular una habitación de hospital. En realidad allí tenía todo lo que necesitaba, incluso tenía un botón para llamar si fuese necesario, pero la privaban de libertad y siempre que salía de allí iba acompañada por alguien, sin excepción.

— Es hora de descansar. En unas horas tendremos todos los resultados para una valoración inicial. Hasta entonces deberá esperar aquí. Ya sabe el protocolo… — Kanha escuchaba pero no tenía intención de mostrarse comunicativa. No la habían tratado mal, al contrario, pero no podía olvidar la imagen de Cloud cayendo al suelo sujetándose la cabeza con ambas manos y chillando de dolor. Aquella gente era la culpable y les odiaba por ello. — Le aconsejo que aproveche para descansar. Por cierto, me llamo Gast. — El joven le dio un empujoncito para hacerla entrar en su nueva habitación y cerrar la puerta después.

Volvía a estar sola. Miró a su alrededor como si fuese la primera vez que entraba allí. — Parece que se acabaron las pruebas… — Dijo para sí misma mientras caminaba hasta el borde de la cama. Era una sala blanca inmaculada, con una cama impoluta y un inodoro y una pica para sus asuntos personales que parecían nuevos. No había ventanas, ni tampoco lámparas, aunque realmente había mucha luz, cosa que no la ayudaba a quedarse dormida. Tampoco se veía capaz. Estaba muy nerviosa y tenía la cabeza a punto de estallar de pensar maneras de salir de allí y de llevarse a sus amigos con ella. Sin embargo, estaba bastante asustada porque había perdido totalmente la noción del tiempo y se sentía muy desorientada. Ni siquiera sabía si estaba cerca de Cloud o de Aerith o si cada vez se alejaba más de ellos. La tristeza la volvió a invadir al recordar que estaba sola en un mundo que no conocía y al que no parecía acabar de adaptarse. Buscó el rincón que le pareció más seguro y se acurrucó en él igual que lo hizo en otras ocasiones. De nuevo se refugió en ese pequeño espacio de intimidad que encontraba entre sus rodillas y lloró lágrimas amargas de impotencia, hasta que su espíritu de supervivencia decidió hacer acto de presencia y cortar el llanto.

Veamos. Analicemos la situación. Tengo la sensación de que no debo preocuparme por Aerith, aunque ella me dijo que sabía que no le quedaba mucho tiempo de vida y que antes de morir me tenía que enseñar el hechizo Sagrado para detener a Jénova. En el mejor de los casos me lo enseñará, pero ¿cómo la detengo? Ahora mismo, tiene el control de la mente de Cloud y no sé dónde está. No tengo ni idea de dónde debería lanzar el hechizo, aunque… ahora que lo pienso, cuando lanzas magia blanca se trata de conectar con esa persona, no de apuntar, y dada la conexión que tenemos estoy segura de que no fallaría el tiro. Sin embargo, si lo hiciera, ¿qué pasaría con Cloud? ¿Le haría daño también a él? Tiene que haber una manera de expulsarla de su cuerpo… Estoy segura de que la clave está entre los apuntes de ese loco, pero tendré que actuar con precaución para averiguar lo que quiero del Proyecto Jénova si no quiero arriesgar la vida de mis amigos. De momento, será prudente que siga sus instrucciones y que no me vean como una amenaza. Intentaré preguntar y sonsacar información. Después ya buscaré la manera de acercarme a Cloud y hacer lo que sea necesario para expulsar a ese demonio de su interior.

Debió de quedarse dormida pensando en qué hacer porque un sonido inesperado la despertó de un sobresalto. La puerta estaba abierta y Gast la esperaba.

— Señorita, la valoración inicial ha finalizado y el profesor quiere hablar con usted antes de pasar a la siguiente fase. Acompáñeme, por favor. — Kanha se levantó del suelo con dolor en todos los huesos por haber estado por tanto tiempo en una postura rara para descansar y siguió al chico por el pasillo cojeando un poco ya que algunas partes de su cuerpo se le habían quedado dormidas.

Pasaron varios minutos andando hasta que finalmente llegaron a una zona distinta. Las paredes blancas dieron paso al cristal y allí había una serie de salas contiguas idénticas que parecían quirófanos, sin embargo, no pararon de caminar y siguieron hasta llegar a una nueva distribución del espacio. Aquella parte del laboratorio parecía la que comprendía los despachos y, evidentemente, en uno de ellos estaba el doctor Hojo esperando. No había diplomas en las paredes ni estanterías llenas de libros de medicina. Era un pequeño despacho blanco con un armario de cajones, un escritorio de madera, un sillón de ejecutivo en el que precisamente estaba él sentado y en el lado opuesto de la mesa dos sillas sencillas también de madera. La invitaron a sentarse en una de ellas y así lo hizo. Gast se quedó de pie detrás de ella, con una carpeta bajo el brazo.

— Aquí los Turcos no entran a no se que yo lo precise, por lo que vuelves a estar a solas conmigo. Antes de pasar por la sala de esterilización te di la oportunidad de decirme cuál era tu secreto y preferiste no hacerlo, sin embargo, hoy me siento especialmente magnánimo y te voy a dar una segunda oportunidad para hacerlo. — Se hizo una pausa en la que sin lugar a dudas se esperaba que Kanha diese una explicación, pero nada había cambiado y seguía sin poder contestar esa pregunta. No importaba si era Hojo o Cloud quién se lo preguntaba, simplemente no lo sabía. — Tampoco es que necesite tu versión, pero creí que estaría bien escuchar una explicación que no fuese científica.

— Pero… — Le interrumpió. Reno le había dicho que el doctor tenía muchas ganas de hablar con ella y que posiblemente le diese respuestas, pero que no serían gratis, así que si no colaboraba lo más mínimo no podría avanzar en su investigación personal. — La verdad es que no puedo contestar a su pregunta.

— ¿Acaso es un secreto?

— No. Simplemente no lo sé.

— ¿Cómo es posible?

— No lo sé. Yo simplemente me concentro y encuentro la manera de hacerlo. No sé por qué el resto de humanos no pueden y yo sí. — El profesor se la quedó mirando un poco escéptico y alargó el brazo para recoger la carpeta que Gast le había llevado. Puso su contenido sobre la mesa y empezó a leer los resultados. De pronto levantó la vista y se dirigió a su subordinado.

— Informe.

— Las pruebas físicas la catalogan como un humano hembra de unos diecisiete años de edad aproximadamente. No hay ningún dato a destacar en este sentido. Los exámenes internos demuestran que no posee ninguna habilidad destacable, todo entra dentro de los estándares de alguien de su edad y con su complejidad física. Por lo tanto, no hay demasiada diferencia entre ella y mi hermana, por ejemplo, señor. — Hojo lo escuchaba aunque no levantaba la vista de los papeles.

— ¿Qué pruebas quedan pendientes para tener una valoración completa?

— Faltan las pruebas psicológicas, las de inteligencia y las relacionadas con la energía vital.

— Pasemos, pues, directamente a las de mako. Adelántate y que lo vayan preparando todo.

— Sí, señor. — Kanha sintió miedo por lo que estaba por venir. Tal vez Cloud no iba tan desencaminado como pensé… El profesor levantó la vista del papeleo y la miró directamente a los ojos.

— ¿Sabes quién es ese chico? — La joven se sintió desconcertada. — Se llama Glenn Gast y es el hijo del profesor Gast, mi mentor. Él fue quién inició el Proyecto Jénova junto a la doctora Crescent y un servidor, aunque lamentablemente ambos murieron y no lo pudieron terminar. Por suerte, yo les relevé y acepté que su único hijo trabajara codo con codo conmigo para seguir con el legado de su padre. ¿No te parece enternecedor? Estamos muy cerca de conseguir que el legado genético de los Cetra pase a formar parte de Soldado y de esta manera conseguir que sus miembros sean indestructibles al poder usar la magia ilimitadamente.

— ¿De eso se trata? ¿De conseguir que los Soldados sean más fuertes? ¿Y qué tal con entrenamiento? ¿Es que por el método tradicional no se fortalecerían?

— También lo hacen. Este edificio es muy grande y tiene cabida también para ellos. Aquí están las instalaciones de Soldado y en ellas estudian, hacen ejercicios tácticos, aprenden técnicas de combate y también se preparan para afrontar sus misiones. No te puedo dar muchos más detalles porque nunca me ha interesado lo que hacen, sólo poder experimentar con ellos para conseguir aumentar sus cualidades tanto físicas como mágicas.

— Pero tarde o temprano todos pasan por la exposición, todos pasan por sus manos.

— Al principio era así, pero después creamos una máquina que recreaba el proceso a la perfección y que no precisaba de mi supervisión directa. Soy un hombre muy ocupado, niña, y no tengo tiempo para ver un fracaso tras otro.

— ¿Tantos mueren?

— No, la exposición no es tan alta como para que mueran, pero dijéramos que dejan de ser Soldados. Casi todos acaban expulsados a los suburbios.

— ¿Y no podrían hacer una selección para evitar que pasara eso?

— Por supuesto que se hace, no todos pasan de la infantería, pero algún cálculo debe fallar, porque el porcentaje de Soldados que no lo superan sigue siendo muy alto. Aunque cabe destacar que los que sí que lo hacen consiguen resultados increíbles y cuanto más alto es el nivel de exposición más sorprendentes son.

— ¿Y cómo lo hacen? ¿Los sumergen en mako líquido, como hicieron con Cloud y Zack en la Mansión Shinra? — El profesor se quedó anonadado y le costó un poco reaccionar.

—¿Cómo sabes eso, niña? — ¡Mierda, me he ido de la lengua!

— Reno me lo contó. — dijo enseguida.

— Reno, ¿eh? Pues si te dijo eso se le olvidó mencionar que esos dos eran sujetos de pruebas del Proyecto Jénova y que la exposición a la que fueron sometidos fue muchísimo mayor a la que sufren los Soldados normales. Piensa que la exposición habitual se ha reducido a llenar un tanque de mako líquido y que los Soldados pasen por el interior del tanque a través de un túnel. Por lo tanto la exposición es indirecta y se reduce a las ondas que desprende el mako cuando están totalmente rodeados por él. Imagínate cómo fue para esos dos, que estuvieron sumergidos en él completamente durante cinco años…

— ¡Pero eso es horrible! ¡¡Podrían haber muerto!!

— Pero no lo hicieron. Es más el sujeto número 66 iba a ser todo un éxito, pero se dio a la fuga y todo el trabajo dio al traste con su muerte.

— ¿Era el primer sujeto exitoso de la investigación?

— No, pero los otros no siguieron los mismos pasos par ser un éxito. — De repente, Gast tocó a la puerta y entró interrumpiendo la conversación.

— Está todo listo, señor.

— ¿Qué me van a hacer? — Quiso saber temerosa.

— Bueno, teniendo en cuenta que pareces una humana normal, pero que por otro lado también eres capaz de invocar magia bastante poderosa vamos a aventurarnos a exponerte directamente a la energía vital para ver cómo reacciona tu cuerpo y si eres capaz de asimilarla para aumentar tu poder.

— ¿Pero no se dan cuenta de que eso podría volverse en su contra?

— No lo contemplo así. Si el experimento falla te mandaremos de vuelta a los Suburbios, como a los demás, pero si es un éxito el más feliz seré yo mismo porque habré dado un paso adelante en mi investigación al tiempo que te convertirás en un sujeto de pruebas muy valioso, como el número 67. — El profesor dio por concluida la conversación. — Gast, acompáñala a la sala de exposición.

— Si señor. Por aquí, por favor.

— ¡Un momento! — Dijo desesperada. — Después de manipular el cadáver de Jénova durante tanto tiempo han podido averiguar algo sobre ella. — Gast, que la iba a ayudar a levantarse de la silla, se paró en seco y el doctor Hojo se quedó ojiplático.

— ¿Cómo sabes eso?

— ¿Saben algo de su pasado? ¿Tienen alguna prueba de que era una Cetra?

— ¡Por supuesto!

— Pues no deberían creerlo. Aerith es una Cetra de verdad y les puede explicar cómo era Jénova cuando estaba viva. No tiene nada que ver con ellos. Están cometiendo un grave error.

— Tal vez, pero la verdad es que aquellos sujetos que pasan por el proyecto ven incrementado su poder de una manera exponencial. Por lo tanto, ya no me importa demasiado si era Cetra o no, sino lo que su genética me proporciona. — Hojo hizo un aspaviento con la mano para que se retiraran, pero Kanha todavía no había acabado.

— ¿Y es cierto que Sephiroth es su hijo? — Era su último cartucho para evitar la exposición. Si despertaba el interés del profesor se quedaría con él y tal vez tuviera una oportunidad de escaparse de eso. No podía arriesgarse a pasar por un proceso que le friera el cerebro, no antes de destruir a Jénova.

— Gast, espérate en tu despacho, por favor. Enseguida te aviso.

— Sí, señor. — Y el chico cerró la puerta tras de sí una vez abandonó la sala.


— Te escucho. — Dijo el doctor cruzando las manos sobre la mesa.


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