domingo, 31 de julio de 2016

Capítulo 1. Flowers in a church.

Cuando despertó no recordaba su nombre y tenía la memoria borrosa en general. Lo que sí que tenía claro era que no estaba en un lugar en el que hubiese estado antes, aunque por algún motivo que desconocía creía recordarlo. No lograba ubicarse y no sabía dónde dirigirse, pero por algún lado tenía que empezar, así que se levantó y empezó a caminar sin rumbo. Tenía la ropa mojada aunque el cielo no mostraba nubes ni tampoco veía agua a su alrededor, pero el sol estaba empezando a caer y temía coger un resfriado si no encontraba la manera de secarse pronto.

Aquella ciudad parecía estar en ruinas, pero al mismo tiempo se erguía majestuosa ante ella en la zona más alta. La gente seguía sus rutinas sin prestarle atención y los niños corrían alegremente por las calles. A veces tenía que esquivar escombros para poder continuar su camino y los edificios parecían reconstruidos de restos, pero todo el mundo parecía a gusto con lo que tenía, que no era mucho. Estoy en los Suburbios pensó sin vacilar. Sabía que era la primera vez que estaba allí, pero tenía la sensación de conocer el lugar aunque no tenía demasiado claro de dónde había sacado esa palabra.

Vagó durante horas. Buscaba algo aunque no sabía el qué, pero estaba segura de que si era lo suficientemente tenaz acabaría por encontrarlo. Y la luz natural ya era anaranjada cuando por fin encontró una iglesia medio en ruinas, un edificio que reconoció en el acto. Sorprendida de ese conocimiento que no sabía que tenía y convencida de qué era lo que tenía que hacer se acercó a la puerta y la abrió. Efectivamente, aquel lugar parecía más una amenaza que un refugio porque daba la sensación de que se iba a derrumbar en cualquier momento, pero ella se sintió segura en cuanto cerró la puerta tras de sí. Los rayos de un sol ya débil atravesaban los agujeros del tejado y de las paredes del lado oeste iluminando una pequeña zona en el centro de la sala donde justamente crecían unas flores especialmente hermosas. La muchacha caminó lentamente para admirarlas de cerca y se arrodilló con especial cuidado para no dañarlas. El suelo estaba mojado y un escalofrío le recorrió la espalda recordándole que sus ropas ya se habían secado casi del todo, pero que seguían húmedas.

— ¡No les hagas daño! — Del susto, se cayó de culo sobre un charco y volvió a mojarse toda. — Perdona, no quería asustarte, pero es que casi no quedan flores.

De la oscuridad que cada vez era más grande apareció una muchacha de más o menos la misma edad que ella. Llevaba un vestido rosa y unas botas marrones de media caña. El pelo, castaño, lo llevaba recogido en una trenza que no podía disimular lo larga que debía ser su melena. Sus ojos, de un verde extrañamente intenso emitían un sentimiento de paz que enseguida la invadió.

— No quería dañarlas. — Por algún motivo inexplicable sintió que su voz era distinta a la que recordaba en su cabeza. No le dio más importancia. — Sólo las quería mirar de cerca. Son preciosas. ¿Son tuyas?

— No. No son de nadie. Pero es raro encontrarlas en estado salvaje, así que las cuido para que no se mueran. — Las dos jóvenes se miraron por unos instantes. — No eres de aquí, ¿verdad?

— No estoy muy segura. Creo que tengo un poco de amnesia.

— ¿Te golpeaste la cabeza?

— Mmmm… Creo que no. No lo recuerdo.

— Claro…

— ¿Y cómo has sabido que no soy de aquí?

— Por tu ropa. Nadie viste así por aquí.

— No suelo vestir como la mayoría.

— ¿Por qué? ¿Te gusta destacar?

— No, simplemente no me gusta pertenecer al rebaño.

— Interesante… Dime, ¿por qué has entrado aquí? — Por un momento tuvo que registrar sus recuerdos para recordarlo.

— Para encontrar refugio. Estoy un poco desorientada y como la noche está por caer necesitaba un lugar para dormir.

— Pues mucho me temo que éste no sea un buen sitio para eso.

— ¿Por qué no?

— Porque igual que has entrado tú puede entrar cualquiera. Los Suburbios nocturnos distan mucho de los diurnos. — “Suburbios”, otra vez esa palabra y en esta ocasión de la boca de otra persona. — Ven, ayúdame a colocar estos bancos alrededor de las flores para protegerlas de posibles intrusos. — Cada vez estaba más oscuro y la muchacha parecía ponerse nerviosa. — Creo que si buscas refugio será mejor que te lleve a mi casa.

— ¿Ya te fías de una desconocida como yo?

— Si eres alguien capaz de, no solo no dañar a las flores, sino también de protegerlas, estoy segura de que no eres una persona peligrosa. Por cierto, me llamo Aerith. ¿Y tú? — Su cerebro se quedó en blanco y fue incapaz de dar una respuesta coherente.

— No lo recuerdo.

— ¡Vaya! Eso será un problema. De alguna manera tendré que llamarte si vas a ser mi invitada… ¿Qué te parece… Kanha?

— ¿Kanha?

— Sí. Como tú, no es un nombre muy común, pero ¿a que es bonito?

— De acuerdo, pues. Kanha. Me llamo Kanha.

— Bien Kanha. Mi casa está bastante cerca. Vayámonos antes de que no quede luz.

En las calles de los Suburbios había farolas y se podía ver perfectamente aunque el cielo ya empezaba a pasar de azul a negro, pero Kanha entendió sin preguntar por qué debían darse prisa: la gente alegre y los niños despreocupados habían desaparecido dando paso a personas más siniestras y mujeres desvergonzadas con una lengua demasiado afilada. Enseguida llegaron a casa de Aerith que no era la gran cosa, no dejaba de ser un edificio medio en ruinas, como todos los que había visto hasta el momento. Sin embargo, cuando entraron dentro se sorprendió gratamente al encontrar un hogar totalmente acogedor al que no le faltaba ningún tipo de detalle.

— ¡Qué casa más bonita!

— ¿Te gusta?

— Desde fuera parece una ruina, pero una vez dentro es impresionante… — y enseguida se dio cuenta de la grosería que acababa de decir, así que se tapó la boca con las manos aunque las palabras ya habían salido sin opción a poderlas detener.

— No te preocupes. Tienes razón, pero prefiero que así sea. Es mejor que todos crean que aquí no hay nada que les pueda interesar. Los Suburbios no son el mejor sitio para vivir y cada uno tiene sus propios métodos para seguir adelante.

¿Sus propios métodos? Preguntó Kanha destapándose la boca con cautela.

Sí, unos más nobles que otros, pero todos seguimos adelante día tras día. Midgar es una ciudad con muchas desigualdades en las que o te espabilas o acabas muriendo o tal vez algo peor. Yo, por ejemplo, cultivo flores en mi jardín. A la gente de la ciudad les encantan y me las compran todas cada día. Yo vivo de eso.

— ¿Flores? Pero si había muy pocas en la iglesia…

— No, esas no las corto. Ya te dije que esas habían salido allí solas. Yo solo tuve la fortuna de encontrarlas por casualidad. A veces pienso que fueron ellas las que me encontraron a mí y que me indujeron a cuidar de ellas porque antes nunca había entrado a ese lugar, pero ahora no hay día que no me acerque a echar un vistazo.

— ¿Entonces, de dónde sacas las flores que vendes?

— De mi jardín. — Aerith señaló instintivamente a una puerta al otro lado de la habitación. — Es casi imposible verlo desde el exterior y ahora que es de noche prefiero no salir. Si quieres mañana te lo enseño. — Y Kanha asintió con cierta alegría.  Ahora, ¿qué te parece si te das un baño mientras preparo algo para cenar? — La joven amnésica se miró a sí misma y se dio cuenta de que apestaba a tierra, sudor y mojado y también de cuán sucias llevaba sus ropas.

— No tengo nada más…— dijo avergonzada.

— No te preocupes. Algo encontraremos.

Aerith le mostró que la casa tenía una segunda planta en la que se encontraban dos dormitorios y un baño. Mientras Kanha se preparaba para despojarse de la suciedad que la acompañó durante toda su travesía, su nueva amiga le consiguió un vestido parecido al suyo pero en tonos azulados. Desde luego, que no era para nada su estilo, pero no pensaba mostrarse remilgada después de ver tanta bondad desinteresada en una chica que no tenía por qué hacer lo que estaba haciendo por ella.

Después de cenar un caldo no tardaron en irse a dormir. Tanto la una como la otra estaban muy cansadas y prefirieron dejar las conversaciones para el día siguiente. Cuando Kanha estuvo sola y se hubo metido en la cama, se sintió nostálgicamente bien, como si la soledad la hiciera feliz. Intentó recordar cómo había llegado hasta allí. Aerith había dicho que la ciudad se llamaba Midgar y el caso era que le sonaba mucho ese nombre pero estaba convencida de no haberla visitado antes. Finalmente, el sueño la venció y su conciencia la abandonó.

Al día siguiente, tal y como Aerith dijo, salieron al jardín que tenía en la parte trasera de su casa. Era muy temprano, aún estaba amaneciendo, pero se sentía llena de energía y con muchas ganas de hacer cosas. No era un jardín convencional, sino una especie de bóveda que permitía que entrase la luz natural pero que al mismo tiempo no permitía que miradas indiscretas llegasen hasta allí. A pesar de no ser como esperaba estaba repleto de flores de todo tipo, todas ellas preciosas. Aerith cogió una cesta de mimbre, unas tijeras de jardinería y empezó a moverse entre las plantas. Mientras empezaba a cortar flores y a colocarlas en la cesta de manera ordenada y muy cuidadosamente le explicó que ella vivía sola y que estaba muy contenta de tener una invitada, pero que debía seguir vendiendo flores para poder comprar alimentos, que era su modo de vida. Kanha no quería ser un lastre y se ofreció a ayudarla.

— Cuando subamos a la superficie, mientras vendemos las flores, buscaremos información a ver si encontramos de dónde vienes. — Kanha asintió pero sabía de antemano que sería inútil. No soy de aquí pensó, pero no tuvo valor a decirlo en voz alta.

Cuando tuvieron la cesta llena salieron a la calle. El lugar seguía tan devastado como el día anterior. Había personas encargadas de recoger los horrores que habían tenido lugar durante la noche, situaciones que Kanha no podía imaginar y que Aerith prefirió no comentar. Caminaron sin hablar demasiado hasta un gran portón que justamente se abría en ese momento y las dos jóvenes entraron. Había guardias vestidos de azul que lo custodiaban y que no dejaban pasar a todo el mundo, por suerte para ellas no fue un problema. Tuvieron que atravesar lo que pareció un túnel interminable con unas escaleras al fondo y cuando salieron de lo que parecía la boca del metro por fin vieron la luz del sol sin filtros.

— ¡Bienvenida a Midgar! — La superficie no tenía nada que ver con los Suburbios. No había ni un ápice de vegetación en todo el lugar, pero los edificios se alzaban fuertes y altos, la gente tenía otro porte y sus ropas era muy distintas. Incluso había medios de transporte mientras que hasta el momento sólo habían visto gente desplazándose a pie de un lado para otro. Enseguida que se pusieron a caminar por la calle a la que habían dado varias personas se les acercaron para comprar flores y en cuestión de una hora ya las habían vendido todas.

— No me ha parecido que nadie te reconociera. ¿Tú recuerdas algo más? — Kanha negó con la cabeza. — Vayamos a comprar algo de comida. Tal vez te refresque la memoria pasearte por aquí. Está claro que de los Suburbios no eres, así que pensé que tal vez cayeras por alguna rendija desde Midgar. — Era una posibilidad, pero Kanha no lo creía así. Estaba segura de que su procedencia era mucho más lejana. Más de lo que podía llegar a imaginar, pero era incapaz de determinar cuál.

Cuando ya habían hecho todos los encargos y Aerith creyó que no había más que hacer en la ciudad, decidieron volver a los Suburbios. Aún tenían pendiente visitar las flores de la iglesia. No era tarde, tenían tiempo, pero la noche de los Suburbios era peligrosa y no podían despistarse demasiado. Cuando estaban a las puertas de lo que a Kanha le parecía la boca del metro oyeron una explosión y el suelo empezó a temblar. Asustadas buscaron el foco del alboroto y enseguida vieron el fuego y el humo que no estaba muy lejos de ellas. La gente de la calle entró en pánico y Aerith la agarró de la mano para obligarla a meterse en el túnel que las conduciría a casa.


— Si no nos damos prisa nos quedaremos atrapadas en la ciudad. Cerrarán las puertas y no podremos volver a casa.


Aerith


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