domingo, 7 de agosto de 2016

Capítulo 2. Look, this is magic.

Cuando llegaron a la gran puerta que aquella misma mañana habían atravesado a primera hora los soldados la tenían prácticamente cerrada y Aerith gritó para impedir que lo hicieran del todo. En un tono un tanto desesperado les convenció para que las dejaran pasar y cuando los soldados les dieron esa concesión corrieron directamente hacia casa. Kanha estaba totalmente descolocada, pero siguió a su amiga sin abrir la boca. Una vez a salvo, Aerith cerró la puerta, corrió las cortinas de las ventanas que daban a la calle y se sentó en un rincón visiblemente alarmada sin encender ningún foco de luz.

— ¿Qué ha pasado? — Preguntó finalmente.

— Ha sido un atentado terrorista.

— ¿Y eso es normal aquí?

— No.

— Entonces, ¿cómo lo has sabido?

— Hace días que se rumorea que hay una organización terrorista que quiere acabar con la supremacía de Midgar. Se trata de un grupo radical de los Suburbios que está harto de vivir en los escombros de la gran ciudad. En cierta manera, todos estamos cansados de vivir en este vertedero, pero la violencia no es el camino. Tiene que haber otro…

— Pues parece que los hay que se han cansado de esperar a que surja la gran idea o tal vez se hayan dado cuenta de que si no es así no será de ninguna manera. — Kanha llevaba viviendo allí a penas un día y ya se sentía apartada del mundo, como si formase parte de esos deshechos que los ciudadanos de Midgar lanzaban desde la superficie a través de las rendijas. De alguna manera entendía el sentimiento de rabia de los terroristas y creía poder justificarlos.

— La violencia no es la solución, Kanha. — Dijo su joven amiga categóricamente. Aerith se quedó un momento pensando y continuó. — En cualquier caso, este ataque no será el último.

— ¿Y cómo lo sabes?

— Porque han atacado el reactor del distrito en el que estábamos. Éste ha sido su primer ataque, pero si su objetivo son los reactores de Mako no se pararán aquí.

— ¿Qué quieres decir? ¿Y qué son los reactores de Mako? — Aerith se sorprendió visiblemente ante la pregunta aunque intentó en vano que no se le notara demasiado, así que se limitó a responder de la manera más natural posible.

— Los reactores de Mako son los generadores de energía de la ciudad. Con la energía que producen mantienen toda Midgar. Si dejan de funcionar, se quedan sin energía. Si esos pasase la gente de Midgar estaría sometida a unas condiciones de vida más cercanas a las nuestras, pero parece ser que esperan conseguir negociar antes de que eso suceda. Al menos eso es lo que se dice…

— Pues parece un buen plan…

— ¿Lo dices en serio? ¿Tienes idea de cuánta gente inocente sufrirá e incluso morirá en el proceso?

— ¿Morir?

— ¡Por supuesto! Ahora, los habitantes de los Suburbios, seremos el blanco de los soldados. Podrán saquearnos en busca de pruebas como y cuando quieran y eso sin contar las víctimas de las explosiones, ya sean civiles o no. — Kanha se quedó sin palabras. No quería afrontar la realidad de una situación de conflicto casi bélico al que estaba expuesta en esos momentos, pero su nueva amiga tenía razón y no podía rebatir nada de lo que había dicho. — Lo único que podemos hacer es auxiliar a las víctimas. — Decidió tras una breve reflexión.

— ¿Cómo?

— Con magia blanca, por supuesto. — Su afirmación era tan convincente que por un momento Kanha se sintió como una ignorante, alguien que no había sabido reaccionar ante tal obviedad, y se ruborizó. — No sabes magia, ¿verdad?

— No… — contestó intentando esconder su vergüenza.

— No te preocupes, no es difícil. La ciencia ha avanzado mucho y ahora cualquiera que tenga un fragmento de materia puede hacerlo. Espera un momento. — Aerith se levantó y de dentro de un cajón sacó un colgante con una piedra blanca que tenía un brillo enigmático y se lo ofreció. — Póntelo. Guardaba esto para una ocasión de emergencia y ésta sin duda lo es.

— ¿Qué es? — Preguntó la joven mientras se lo colgaba.

— Cada vez estoy más convencida de que no eres de por aquí… — Afirmó un tanto sorprendida de que ni siquiera supiese eso. — Esto es un fragmento de materia. Contiene energía mágica. Es tan potente que por muchos años que vivas dudo que puedas gastar todo el poder que contiene. En este caso es una bola que contiene magia blanca. Con ella podrás sanar a otras personas. Ven. Te enseñaré cómo funciona.

Las dos chicas salieron al jardín. Aún era de día, aunque la proyección de la luz indicaba que el sol empezaba a ponerse. En el exterior se oían las carreras de los soldados y algún que otro grito, así que sin levantar mucho la voz Aerith le dio unas indicaciones de cómo usar magia. Kanha se mostró muy atenta y en un par de horas dieron por concluida la clase acelerada de magia blanca. Ya había caído la noche cuando decidieron entrar y continuar con sus vidas.

— ¡Excelente! Creo que ya estás preparada. — Dijo Aerith. — Ahora es importante que no te quites el colgante. Lo más difícil ya está hecho, hemos creado el vínculo que se necesita para generar magia, así que no te lo quites para que éste no se rompa. Es más, te aconsejo que ocultes el fragmento de materia. No es algo que se vea cada día y mucho menos en los Suburbios, por lo que es posible que te lo intenten robar si lo vas mostrando por ahí. Mañana haremos lo mismo que hoy: recogeremos flores para luego venderlas en la ciudad y si algo sucede estaremos preparadas.

— ¿Y qué pasa con la puerta? Hoy la han cerrado antes, ¿no? ¿Sabes si mañana la abrirán?

— Espero que no sea un problema. Conozco a los soldados que la custodian y saben perfectamente que no soy una amenaza, así que espero que nos dejen pasar… Además, con un poco de suerte podríamos encontrar alguna pista de tu memoria perdida. — Kanha se mostró feliz al ver que no se le escapaba ningún detalle y eso le hizo recordar algo.

— No sé cómo preguntarte esto… pero ¿te importa si esta noche duermo contigo? Aerith volvió a sorprenderse. — Creo que es la primera vez que vivo entre soldados y corrupción y la verdad es que me da un poco de miedo quedarme sola. Sobretodo esta noche. — La joven florista la abrazó cálidamente, como si lo que había dicho fuese entrañable.

— Por supuesto que sí, pero cenemos algo primero. — Dijo dando por concluida la conversación

Cuando se retiraron a descansar y la calma de la noche llegó, todavía podían oír el alboroto del exterior, pero una vez más el sueño pudo rápidamente con ellas. Usar magia era algo realmente agotador.

Al día siguiente, y siguiendo sus propias indicaciones, volvieron a la ciudad con la cesta llena de flores. Efectivamente, y para su alivio, la puerta no fue un problema para ellas. En la superficie nada había cambiado, todo el mundo seguía con su rutina habitual. En cuanto las jóvenes asomaron por lo que a Kanha le parecía la boca del metro, enseguida se les acercó un enjambre de curiosos e interesados en comprar las flores que llevaban. Sin embargo, sí que era cierto que había muchos más soldados patrullando las calles y había dos en concreto que no les quitaron el ojo de encima hasta que el cesto estuvo completamente vacío.

Las dos chicas se fueron a la plaza de la estación a comer lo que se habían preparado para pasar el día en Midgar. Así también hacían tiempo para esperar a que abrieran las tiendas y poder comprar la comida diaria. Al final de la jornada, una vez hechos todos los encargos, cuando se disponían a irse, otra explosión hizo temblar el suelo de nuevo. Aerith enseguida se puso blanca.

— ¿Qué pasa? — Preguntó alarmada la joven forastera.

— ¡Ese sector es el que está por encima de la iglesia! — Dijo Aerith con dificultad. Los ojos se le iban a salir de las órbitas. Kanha llevaba solo dos días viviendo con ella pero sabía perfectamente lo importante que eran aquellas flores para su amiga y que su pérdida sería un golpe muy duro para alguien que le dedicaba y que le debía su vida a las propias flores.

— ¡Corre! Yo ayudaré a los heridos. ¡Corre! — Y Aerith salió disparada sin mirar atrás.

Enseguida notó la frialdad del mineral contra su piel y lo palpó sobre la ropa para notar el bulto y recordarse a sí misma cuál era su cometido. Entonces empezó a correr en dirección a la columna de humo y tuvo que esquivar a más de un soldado en su trayecto, aunque no le prestaron demasiada atención porque todos se dirigían al mismo lugar. De repente se dio cuenta de que el vestido no la dejaba moverse con libertad y se paró un momento para rasgárselo y así poder dar zancadas más largas. Finalmente llegó a la zona caliente y empezó a ver heridos a los que enseguida se acercó a sanar. Sus clases aceleradas de magia daban sus frutos y a los pocos segundos de atender a su primer herido vio que el muchacho, que hacía un momento tenía una pierna quemada, podía levantarse y correr para ponerse a salvo, no sin antes abrazarla y darle las gracias. Pero no había tiempo para agradecimientos, había más gente a la que atender.

Aerith tenía razón diciendo que los atentados provocarían más daños colaterales que soluciones. A sus ojos no paraban de presentarse nuevas víctimas ensangrentadas que nada tenían que ver con esa lucha pero que, sin embargo, padecían la agresión. Niños, mujeres y hombres que simplemente tuvieron la mala suerte de pasar por allí en el peor momento yacían en el suelo heridos, inconscientes, suplicantes, desesperados, perdidos… La joven se esforzaba cuanto podía para sanar a los que creía que estaban en peores condiciones y en cuestión de unos minutos notó cómo sus fuerzas empezaban a abandonarla y cómo le flaqueaban las piernas, pero aún así continuó con lo que había ido a hacer.

En un momento dado se dio cuenta de que ya no quedaban soldados azules a su alrededor. Este hecho la sorprendió bastante porque ella entendía que los soldados debían proteger a los civiles, sin embargo, allí estaba toda esa gente y los soldados habían desaparecido. Estaba claro que su objetivo no era ese, que se había equivocado con ellos, que debían proteger otra cosa, pero no pudo dedicarle muchos pensamientos a ese detalle. Al parecer a nadie le interesaba si los civiles vivían o morían, sólo Kanha se estaba desviviendo por aquella gente que ni siquiera conocía. Y pudo ayudar a muchos antes de que las fuerzas la abandonaran por completo porque llegó un punto en el que no fue capaz de dar ni un solo paso más. En un segundo notó cómo la consciencia la abandonaba, cómo sus miembros dejaron de responder y cómo su cuerpo se dejaba vencer por la fuerza de la gravedad cortando en seco su carrera por alcanzar a la siguiente víctima y ni siquiera tuvo fuerzas para gritar. Pero justo antes de golpearse contra el suelo notó los brazos fuertes de alguien que la sostuvo. A duras penas le pudo ver el rostro, pero apreció una expresión dura en él, en aquel hombre que ni siquiera la miró tras salvarla de un futuro incierto.


Midgar

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