Cuando llegaron
a la gran puerta que aquella misma mañana habían atravesado a primera hora los
soldados la tenían prácticamente cerrada y Aerith gritó para impedir que lo
hicieran del todo. En un tono un tanto desesperado les convenció para que las
dejaran pasar y cuando los soldados les dieron esa concesión corrieron
directamente hacia casa. Kanha estaba totalmente descolocada, pero siguió a su
amiga sin abrir la boca. Una vez a salvo, Aerith cerró la puerta, corrió las
cortinas de las ventanas que daban a la calle y se sentó en un rincón
visiblemente alarmada sin encender ningún foco de luz.
— ¿Qué ha
pasado? — Preguntó finalmente.
— Ha sido
un atentado terrorista.
— ¿Y eso es
normal aquí?
— No.
— Entonces,
¿cómo lo has sabido?
— Hace días
que se rumorea que hay una organización terrorista que quiere acabar con la
supremacía de Midgar. Se trata de un grupo radical de los Suburbios que está
harto de vivir en los escombros de la gran ciudad. En cierta manera, todos
estamos cansados de vivir en este vertedero, pero la violencia no es el camino.
Tiene que haber otro…
— Pues
parece que los hay que se han cansado de esperar a que surja la gran idea o tal
vez se hayan dado cuenta de que si no es así no será de ninguna manera. — Kanha
llevaba viviendo allí a penas un día y ya se sentía apartada del mundo, como si
formase parte de esos deshechos que los ciudadanos de Midgar lanzaban desde la
superficie a través de las rendijas. De alguna manera entendía el sentimiento
de rabia de los terroristas y creía poder justificarlos.
— La violencia
no es la solución, Kanha. — Dijo su joven amiga categóricamente. Aerith se
quedó un momento pensando y continuó. — En cualquier caso, este ataque no será
el último.
— ¿Y cómo
lo sabes?
— Porque han
atacado el reactor del distrito en el que estábamos. Éste ha sido su primer
ataque, pero si su objetivo son los reactores de Mako no se pararán aquí.
— ¿Qué
quieres decir? ¿Y qué son los reactores de Mako? — Aerith se sorprendió visiblemente
ante la pregunta aunque intentó en vano que no se le notara demasiado, así que se
limitó a responder de la manera más natural posible.
— Los
reactores de Mako son los generadores de energía de la ciudad. Con la energía
que producen mantienen toda Midgar. Si dejan de funcionar, se quedan sin
energía. Si esos pasase la gente de Midgar estaría sometida a unas condiciones
de vida más cercanas a las nuestras, pero parece ser que esperan conseguir
negociar antes de que eso suceda. Al menos eso es lo que se dice…
— Pues parece
un buen plan…
— ¿Lo dices
en serio? ¿Tienes idea de cuánta gente inocente sufrirá e incluso morirá en el
proceso?
— ¿Morir?
— ¡Por
supuesto! Ahora, los habitantes de los Suburbios, seremos el blanco de los
soldados. Podrán saquearnos en busca de pruebas como y cuando quieran y eso sin
contar las víctimas de las explosiones, ya sean civiles o no. — Kanha se quedó
sin palabras. No quería afrontar la realidad de una situación de conflicto casi
bélico al que estaba expuesta en esos momentos, pero su nueva amiga tenía razón
y no podía rebatir nada de lo que había dicho. — Lo único que podemos hacer es
auxiliar a las víctimas. — Decidió tras una breve reflexión.
— ¿Cómo?
— Con magia
blanca, por supuesto. — Su afirmación era tan convincente que por un momento
Kanha se sintió como una ignorante, alguien que no había sabido reaccionar ante
tal obviedad, y se ruborizó. — No sabes magia, ¿verdad?
— No… —
contestó intentando esconder su vergüenza.
— No te
preocupes, no es difícil. La ciencia ha avanzado mucho y ahora cualquiera que
tenga un fragmento de materia puede hacerlo. Espera un momento. — Aerith se
levantó y de dentro de un cajón sacó un colgante con una piedra blanca que
tenía un brillo enigmático y se lo ofreció. — Póntelo. Guardaba esto para una
ocasión de emergencia y ésta sin duda lo es.
— ¿Qué es? —
Preguntó la joven mientras se lo colgaba.
— Cada vez
estoy más convencida de que no eres de por aquí… — Afirmó un tanto sorprendida
de que ni siquiera supiese eso. — Esto es un fragmento de materia. Contiene
energía mágica. Es tan potente que por muchos años que vivas dudo que puedas
gastar todo el poder que contiene. En este caso es una bola que contiene magia
blanca. Con ella podrás sanar a otras personas. Ven. Te enseñaré cómo funciona.
Las dos
chicas salieron al jardín. Aún era de día, aunque la proyección de la luz
indicaba que el sol empezaba a ponerse. En el exterior se oían las carreras de
los soldados y algún que otro grito, así que sin levantar mucho la voz Aerith
le dio unas indicaciones de cómo usar magia. Kanha se mostró muy atenta y en un
par de horas dieron por concluida la clase acelerada de magia blanca. Ya había
caído la noche cuando decidieron entrar y continuar con sus vidas.
—
¡Excelente! Creo que ya estás preparada. — Dijo Aerith. — Ahora es importante
que no te quites el colgante. Lo más difícil ya está hecho, hemos creado el
vínculo que se necesita para generar magia, así que no te lo quites para que
éste no se rompa. Es más, te aconsejo que ocultes el fragmento de materia. No
es algo que se vea cada día y mucho menos en los Suburbios, por lo que es
posible que te lo intenten robar si lo vas mostrando por ahí. Mañana haremos lo
mismo que hoy: recogeremos flores para luego venderlas en la ciudad y si algo
sucede estaremos preparadas.
— ¿Y qué
pasa con la puerta? Hoy la han cerrado antes, ¿no? ¿Sabes si mañana la abrirán?
— Espero
que no sea un problema. Conozco a los soldados que la custodian y saben
perfectamente que no soy una amenaza, así que espero que nos dejen pasar…
Además, con un poco de suerte podríamos encontrar alguna pista de tu memoria
perdida. — Kanha se mostró feliz al ver que no se le escapaba ningún detalle y
eso le hizo recordar algo.
— No sé
cómo preguntarte esto… pero ¿te importa si esta noche duermo contigo? Aerith
volvió a sorprenderse. — Creo que es la primera vez que vivo entre soldados y
corrupción y la verdad es que me da un poco de miedo quedarme sola. Sobretodo
esta noche. — La joven florista la abrazó cálidamente, como si lo que había
dicho fuese entrañable.
— Por
supuesto que sí, pero cenemos algo primero. — Dijo dando por concluida la
conversación
Cuando se retiraron
a descansar y la calma de la noche llegó, todavía podían oír el alboroto del
exterior, pero una vez más el sueño pudo rápidamente con ellas. Usar magia era algo
realmente agotador.
Al día
siguiente, y siguiendo sus propias indicaciones, volvieron a la ciudad con la
cesta llena de flores. Efectivamente, y para su alivio, la puerta no fue un
problema para ellas. En la superficie nada había cambiado, todo el mundo seguía
con su rutina habitual. En cuanto las jóvenes asomaron por lo que a Kanha le
parecía la boca del metro, enseguida se les acercó un enjambre de curiosos e interesados
en comprar las flores que llevaban. Sin embargo, sí que era cierto que había
muchos más soldados patrullando las calles y había dos en concreto que no les
quitaron el ojo de encima hasta que el cesto estuvo completamente vacío.
Las dos
chicas se fueron a la plaza de la estación a comer lo que se habían preparado para
pasar el día en Midgar. Así también hacían tiempo para esperar a que abrieran
las tiendas y poder comprar la comida diaria. Al final de la jornada, una vez
hechos todos los encargos, cuando se disponían a irse, otra explosión hizo
temblar el suelo de nuevo. Aerith enseguida se puso blanca.
— ¿Qué pasa?
— Preguntó alarmada la joven forastera.
— ¡Ese
sector es el que está por encima de la iglesia! — Dijo Aerith con dificultad. Los
ojos se le iban a salir de las órbitas. Kanha llevaba solo dos días viviendo
con ella pero sabía perfectamente lo importante que eran aquellas flores para
su amiga y que su pérdida sería un golpe muy duro para alguien que le dedicaba
y que le debía su vida a las propias flores.
— ¡Corre!
Yo ayudaré a los heridos. ¡Corre! — Y Aerith salió disparada sin mirar atrás.
Enseguida
notó la frialdad del mineral contra su piel y lo palpó sobre la ropa para notar
el bulto y recordarse a sí misma cuál era su cometido. Entonces empezó a correr
en dirección a la columna de humo y tuvo que esquivar a más de un soldado en su
trayecto, aunque no le prestaron demasiada atención porque todos se dirigían al
mismo lugar. De repente se dio cuenta de que el vestido no la dejaba moverse
con libertad y se paró un momento para rasgárselo y así poder dar zancadas más
largas. Finalmente llegó a la zona caliente y empezó a ver heridos a los que
enseguida se acercó a sanar. Sus clases aceleradas de magia daban sus frutos y
a los pocos segundos de atender a su primer herido vio que el muchacho, que
hacía un momento tenía una pierna quemada, podía levantarse y correr para
ponerse a salvo, no sin antes abrazarla y darle las gracias. Pero no había
tiempo para agradecimientos, había más gente a la que atender.
Aerith
tenía razón diciendo que los atentados provocarían más daños colaterales que
soluciones. A sus ojos no paraban de presentarse nuevas víctimas ensangrentadas
que nada tenían que ver con esa lucha pero que, sin embargo, padecían la
agresión. Niños, mujeres y hombres que simplemente tuvieron la mala suerte de
pasar por allí en el peor momento yacían en el suelo heridos, inconscientes,
suplicantes, desesperados, perdidos… La joven se esforzaba cuanto podía para
sanar a los que creía que estaban en peores condiciones y en cuestión de unos
minutos notó cómo sus fuerzas empezaban a abandonarla y cómo le flaqueaban las
piernas, pero aún así continuó con lo que había ido a hacer.
Midgar |
No hay comentarios:
Publicar un comentario