lunes, 6 de febrero de 2017

Capítulo 26. A normal life

Ante tal revelación decidió andarse con pies de plomo. Le había contado muchísimas cosas a aquel médico que se había mostrado tan cercano a ella y después de verse el balazo en el hombro empezó a sospechar de que pudiera ser una maniobra retorcida que alguien pudiera utilizar en contra de sus amigos. Por lo tanto, decidió dejar de hablar y simular que ya lo había asimilado todo como un simple sueño totalmente ajeno a su vida real.

Se duchó con gran esfuerzo y finalmente llamó a la enfermera para que la ayudara porque no se vio capaz de hacerlo todo sola. Al cabo de un rato, el médico la vino a buscar empujando una silla de ruedas y cumplió con lo prometido. No le preguntó nada más y ella tampoco quiso contarle, pero era un hombre de recursos y estuvieron conversando igualmente.

— Hoy te realizaremos unas cuantas pruebas neurológicas. Simplemente queremos verificar que está todo correcto, aunque viendo cómo articulas las frases y la coherencia con la que hablas y actúas no creo que encontremos sorpresas desagradables. En cuanto estés un poco más estabilizada empezaremos con la fisioterapia para que recuperes masa muscular y puedas volver a tener una vida normal. Con un poco de suerte, en unas semanas podrás volver a casa. Aunque eso es en el mejor de los casos, aunque creo que podemos ser optimistas, ¿no te parece?

— Haré todo lo que pueda para que así sea.

— ¡Vaya, cuánta determinación! Me alegra escucharlo. ¿Qué te parece si volvemos? Tu madre debe estar a punto de despertarse y estoy seguro de que tendréis muchas cosas que contaros. — Mi madre… — Estos meses he hablado muchísimo con ella. No me gusta tratar a los pacientes que pasan tanto tiempo en el hospital como si fuesen números y acostumbro a entablar una relación más humana para hacerles su estancia más llevadera. Sé que no es muy profesional, pero no lo puedo evitar. — Parecía sincero, pero ella ya no se fiaba demasiado y mucho menos después de todo lo que le había contado. Aún así no le era fácil aceptar que aquella mujer que vio al despertar era su madre y sintió la necesidad de sincerarse en ese aspecto.

— ¿Si le digo que no la recuerdo se lo creería?

— ¿Que no recuerdas a tu madre, dices? — La chica asintió un tanto avergonzada. — Claro que te creo. No me extrañaría que tuvieras algún daño neuronal, por eso es necesario hacerte pruebas más exhaustivas para determinar que todo esté bien y si falla algo detectarlo a tiempo para poderlo tratar con alguna garantía de éxito.

— Claro…— Reflexionó unos segundos antes de formular la siguiente pregunta. — ¿Y qué me dice de mi “sueño”? ¿Cree algo de lo que le he contado?

— Por supuesto. Los sueños sueños son y pueden tomar cualquier forma. ¿Por qué debería dudar de ello? También podrías haberme contado que podías volar y yo te habría creído igual. La mente humana es maravillosa y no tiene límites conocidos, por eso me fascina tanto la neurología y sobretodo la neuropsicología, que es mi especialidad.

— Pero no cree que sea posible que aquello fuese real, que efectivamente estuve en Gaia, ¿verdad? — Por mucho que intentara simular otros sentimientos no podía creer de corazón que aquello fuese nada más que fruto de su imaginación. Aceptarlo sería como renunciar a todo lo que alguna vez la hizo feliz y eso era demasiado para cualquiera.

— No. Eso es imposible, Andrea. Estuviste en el hospital ingresada desde que llegaste con la ambulancia hace tres meses. Tu madre ha estado día y noche a tu lado y te aseguro que no te has movido de esa cama en todo este tiempo. Por eso te digo que es imposible. Pero me parece fascinante la intensidad con la que lo has vivido todo. Creo que eso fue lo que permitió que tu cerebro siguiera tan activo y que te agarraras a la vida como lo hiciste. La prueba salta a la vista…

— ¿Y si le mostrara algo que probara que realmente estuve allí me creería?

— ¿Una prueba? — Andrea giró sobres sí misma para obtener un contacto directo a los ojos del médico y, sin apartarle la mirada, se abrió un poco el cuello de la bata para dejar su hombro al descubierto y enseñar su herida de bala. Por algún motivo que no entendía tenía esa necesidad de demostrarle que no estaba delirando.

— ¿Qué diría que es esto, doctor?

— ¿Cuándo te lo has hecho? ¡Necesitas puntos! — El joven aceleró el paso para entrar más rápido en el edificio.

— Poco antes de perder la consciencia, cuando Cloud me cargaba para huir del laboratorio, nos dispararon y una bala me rozó. No sé cuánto tiempo ha pasado desde entonces, pero dudo mucho que fuesen tres meses.

— ¿Es una herida de bala?

— Eso es lo que recuerdo, sí.

— Increíble… — Murmuró.

— ¿Me da eso alguna credibilidad?

— Desde luego es un hecho bien curioso. De momento, vamos a coser eso y ya hablaremos.

Cuando entraron fue una enfermera la que se encargó de examinar y curar la herida. No le dieron explicación a cómo se pudo haber originado teniendo en cuenta que parecía relativamente fresca y que no se había movido de su cuarto en tanto tiempo. Además, el hecho de que realmente pareciese una herida de bala les dejó sin argumentos, por lo que decidieron aparcar el tema, como si no hubiese tenido lugar.

Los días pasaron y Andrea empezó a alimentarse con normalidad, por o que enseguida empezó la rehabilitación y en unas semanas estuvo preparada para volver a casa. La mujer que decía ser su madre estuvo con ella en todo momento y eso les permitió hablar muchísimo, sobretodo ella, ya que Andrea decidió no volver a contar su historia paralela. Su madre se mostró muy arrepentida de no haberle prestado más atención y le aseguró que estaría a su lado en adelante, que si era necesario renunciaría a su trabajo para poder estar con ella si así lo deseaba, pero le pareció excesivo y le quitó la idea de la cabeza. También hablaron de su padre, de los motivos que le llevaron a irse del país por trabajo, aunque nunca dejó de llamar para preguntar y para informarse. No obstante, la chica no quiso darle más importancia. Al fin y al cabo, tampoco le recordaba.

Después de las pruebas asumieron que la joven padecía amnesia. Los resultados que habían obtenido eran todos buenos. En principio, todo funcionaba correctamente y la catalogaron como “normal”. Sin embargo, sus recuerdos anteriores a Gaia no volvían y ella se sentía más Kanha que Andrea. Su madre creyó y tenía la esperanza de que devolverla a su entorno habitual la ayudaría a recuperar sus recuerdos, por lo que volver a casa significaba mucho más que meramente eso. Y lo cierto es que al principio no sintió nada más allá que la sensación de entrar en un edificio de planta baja. Su madre le dio espacio para observar desde el umbral de la puerta, para recapacitar, para recordar; pero no pasó nada, así que la acompañó hasta su cuarto.

— Lo he dejado todo tal y como lo tenías. Básicamente, está tal cual porque no he estado mucho por casa… — Andrea se paseó tímidamente por la habitación acariciando algunos objetos con la punta de los dedos. — Te dejo sola. — Le dijo unos instantes después. — Voy a preparar la comida. Si me necesitas estaré aquí mismo, ¿vale?

— Vale. Gracias mamá. — Se le hacía raro llamarla así, pero era lo más parecido a una madre que recordaba, así que ¿por qué no?

Cuando se hubo ido se sentó en la cama y se tocó el hombro; primero de manera superficial, como algo casual, y luego metiéndose la mano por debajo de la ropa para notar el relieve de la cicatriz que le había quedado. Se había convertido en un gesto muy normal en ella. Sin embargo, en esta ocasión las lágrimas enseguida afloraron. No puede haber sido tan solo un sueño… No puede ser… ¡Es real! ¡Cloud! Y lloró en silencio para no alarmar a su madre que seguramente estaría pendiente de ella. Una vez se hubo recompuesto se levantó para examinar algunas de sus pertenencias y descubrió una videoconsola. Llevada por la curiosidad y por su instinto la encendió al tiempo que también pulsaba el botón del televisor. En el lector había un disco y se cargó el juego. “Final Fantasy VII”. El caso era que le sonaba mucho ese nombre. Esperó a que empezara el vídeo introductorio y se quedó con la boca abierta cuando reconoció a los personajes. Le temblaron las piernas al ver a Cloud saltando de un tren en marcha con su espadón a cuestas. Era el chico esbelto, rubio y de ojos azules y fríos que recordaba, con esa expresión típica suya de estar enfadado con el mundo. Hincó las rodillas en el suelo tapándose la boca para no ponerse a chillar incapaz de detener las lágrimas que no paraban de salir como si sus ojos fuesen presas hidráulicas desbordadas. ¿Fue todo fruto de mi imaginación? Finalmente, y ante una revelación que destruía gran parte de su corazón lloró sin contenerse y su madre acudió al medio segundo asustada por lo que pudiera encontrarse. Una serie de flashbacks empezaron a atravesar su mente.

Cloud consiguió conectar conmigo, vio mi pasado, lo que era antes de ser Kanha y nos contó que vio a una chica rodeada de comodidades pero triste, vacía. Me vio a mí. Ahora recuerdo. Mi vida no era nada antes de que me cayera el rayo. Una niña sin amigos, sin nadie especial, sin motivaciones, sin sentirse valorada… Sí que tengo aquí a mi madre, pero… Tengo que pensar en mí, en mi felicidad, y yo no era feliz fuera de la realidad que me proyectaba este juego. Tal vez por eso mi mente creó todo ese universo para mí… Pero fue real. ¡Me pegaron un balazo! Aún tengo la marca. Y luego está lo que sentí. Y la magia… Lo bien que me sentía cada vez que sanaba a alguien, cada vez que conseguía hacer algo útil. Todas esas cosas no eran posibles en mi vida en la Tierra. No puede ser que la mente me pueda engañar a ese nivel. No puede ser…

— ¿Estás bien, Andrea? — Su madre la había abrazado para intentar contener su llanto. Estaban las dos sentadas en el suelo y la mujer estaba un tanto alarmada.

— Sí, quiero jugar un rato antes de comer. ¿Puedo? — Dijo mientras se pasaba la manga por la cara para secársela.

— ¡Por supuesto, hija! — Contestó sorprendida de tal decisión. Evidentemente no entendía nada…

Cuando se hubo enjugado las lágrimas y consiguió dibujar una sonrisa que satisfizo a su madre volvió a quedarse sola en su cuarto. Cogió el mando y apretó el botón “start”. Había una partida guardada y el nombre del usuario era “Kanha”. Eso le hizo volver a caer en el llanto silencioso porque cada vez dudaba más entre el poder de la mente y esa convicción tan grande que tenía de que no podía ser solamente un sueño. Retomó su antigua partida, pero no pudo jugar más de dos minutos. Lo tuvo que dejar. Era demasiado para un solo día. Y cuando iba a apagar la consola recibió un toque de un jugador en línea: era Lana, podía recordarla. Sin pensarlo dos veces se puso los auriculares para poder hablar con ella.

— ¡Cuánto tiempo! Cuando volví te intenté contactar para continuar con nuestra partida, pero como no pude continué por mi cuenta. Lo siento.

— No importa.

— Veo que al final te lo compraste. ¿Te ha gustado? ¿Verdad que es un juego fascinante?

— Sí que lo es. — Seguía demasiado sensible con el tema y prefirió no continuar con la conversación porque sabía que no podría esconder las lágrimas por mucho que Lana no la pudiera ver. — Oye, te tengo que dejar que mi madre me llama para comer. Nos vamos conectando.

— Nos vamos conectando. Adiós. — Y se cortó la comunicación.

Andrea apagó todos los aparatos y se sentó de nuevo en su cama. Se tocó de nuevo el hombro buscando la cicatriz. Si no estuvieras ahí creo que ya habría perdido la esperanza dijo como si aquella marca pudiera oírla. Aquí tiene que haber algo más…

Los días empezaron a transcurrir con cierta normalidad. Andrea finalmente volvió al instituto. Su madre le había insistido mucho en que era lo mejor, que las rutinas le darían seguridad, que seguramente sus amigos se alegrarían de verla después de tanto tiempo; sin embargo, nada más lejos de la realidad, su reincorporación a la vida estudiantil pasó totalmente desapercibida. No era que le hiciese especial ilusión ser la reina del festival, pero la verdad era que esperaba algún tipo de reacción por parte de alguien, algún comentario, algo, pero nada pasó. Nada en absoluto. Volvía a tener lo que había tenido en el pasado: una vida vacía y rutinaria que no le aportaba nada en especial y eso la hacía sentir muy miserable. Después de haber tenido amigos, de haber sentido orgullo, admiración, fuerza, voluntad y muchas otras cosas que la hacían feliz no se podía hacer a la idea de que aquello no formara parte de su vida por más tiempo y notaba como poco a poco la engullía un vacío que se iba retroalimentando con esas dudas.

A pesar de retomar una vida que parecía de lo más normal su seguimiento médico no cesó de inmediato. El doctor Yagoubi continuó con sus chequeos y seguía muy de cerca la evolución de su paciente. Andrea había decidido abrirse a él y confiar en que simplemente era un médico interesado en un caso que le parecía extraordinario y así se creó una especie de vínculo especial entre ellos. Realmente, al principio tuvo un poco de paranoia con él, pensando que debía de existir algún tipo de conspiración retorcida llevada a cabo por Rufus Shinra con tal de descubrir cuál era su secreto para dominar la energía vital o para desvelar cuáles eran los planes de AVALANCHA. Llegó a pensar que el médico era una especie de espía, pero con el paso de los días cada vez se convencía más a sí misma de que todo lo que pertenecía a aquel mundo era demasiado inverosímil para alguien que no lo conocía: magia, conexión con el planeta, exposición, superhumanos, entes incorpóreos, monstruos, invocaciones… Nada que ver. Sin embargo, el doctor se mostraba sumamente atento y tomaba notas de todo, intentando entender y formar parte de todo aquel universo que parecía que Andrea había construido en su cabeza para su propio gozo.

— ¡Bienvenida Andrea! — Le dijo el doctor en una de sus visitas de control.

— Hola. — Aquel día estaba especialmente desanimada. Había pasado un mes desde que le habían dado el alta del hospital. Su médico la recibía una vez a la semana, por lo que aquella era la cuarta vez que se veían desde entonces. Andrea había vuelto a su vida y su madre también. A los tres o cuatro días de empezar en el instituto ella se reincorporó a su trabajo y poco a poco la indiferencia volvió a sus vidas. Entendió que por mucho que intentaran luchar contra ello aquel ritmo de vida era precisamente el que habían elegido y el que inevitablemente seguirían. Darse cuenta de ello hizo que se sintiera aún más deprimida.

— Pues parece que hoy tendremos una sesión un poco más larga…— Dijo el doctor mientras cerraba la puerta de su consulta dando a entender que se había dado cuenta de todo ese estado de ánimo negativo que la chica llevaba sobre sus hombros. — ¿Qué tal estás? — Dijo al tiempo que se sentaba en su silla, al otro lado de la mesa.

— ¿Físicamente? Estoy bien.

— ¡Eso está muy bien!

— Sí. La verdad es que sí que he mejorado ese aspecto de mi vida. He decidido hacer deporte y he empezado a correr. Me levanto más temprano por las mañanas para aprovechar las primeras horas de luz. De momento no hago grandes distancias y la verdad es que camino más que corro, pero justo estoy empezando.

— ¡Eso son grandes noticias! Supongo que con un objetivo así te levantarás mucho más motivada, ¿no?

— Sí... — Y sin querer se le dibujó una sonrisa sincera en la cara. No se había dado cuenta de que correr le hacía feliz.

— “Sí, pero…” — Continuó el doctor por ella.

— Ahora caigo en la cuenta de que Cloud me hacía correr porque decía que debía mejorar mi capacidad física para aumentar mi capacidad mágica y ser más eficaz en los combates. Correr, en cierto modo, me transporta a aquella sensación, a aquel sentimiento de autosuperación que él despertaba en mí continuamente. — El joven suspiró e hizo una pausa mirándola fijamente a los ojos antes de abrir el cajón de su escritorio que contenía carpetas colgantes y sacar su expediente. Recordaba su caso de sobras, pero anotaba allí todo lo que le parecía relevante.

— Hay una cosa que no entiendo. — Dijo finalmente el doctor. — Dices que en Gaia os perseguían, que pasabas miedo, que te entrenabas duramente para mejorar día tras día… Visto así parece una vida muy dura, ¿no te parece? ¿No es más cómoda una vida como la que tienes aquí en la Tierra, dónde tu mayor preocupación a corto plazo será aprobar la selectividad? — Andrea quiso pensarlo por un momento, pero lo cierto es que lo tenía bastante claro.

— Vivir en Gaia tenía sus ventajas y sus inconvenientes, igual que aquí. El motivo que lo hace mejor desde mi punto de vista es que allí logré encajar: tenía a mis amigos, a alguien que me quería, me sentía útil y ayudaba a los demás.

— ¿Y eso aquí no lo encuentras? — Andrea lo miró con cierto cinismo porque ya habían hablado otras veces de lo sola que se sentía en su día a día. — Vale. — Contestó entendiendo el mensaje oculto. — Pero si es así tenemos un problema porque Gaia se ha vuelto un lugar inaccesible.

— ¿Qué quiere decir?

— Quiero decir que estuviste allí mientras estabas en coma. Ahora ya has despertado y es imposible que puedas volver. Por lo tanto, deberás encontrar ese sitio que reclamas también aquí, en la Tierra. — Andrea había aprendido a no derrumbarse cada vez que alguien conseguía hacerle explotar la realidad en la cara, pero no acababa de asimilar lo duro que era aceptarlo y cada vez que eso sucedía acudía a su único consuelo, la única prueba física que tenía de haber estado allí: la cicatriz de su hombro. Y no fue un detalle que al doctor Yagoubi se le pasara por alto. — Mira…— Dijo finalmente, cerrando la carpeta que acababa de abrir y dándose cuenta de que llevaban un mes dando vueltas en círculo, sin llegar a ningún sitio. — Vienes a mi consulta tan asiduamente porque fue uno de los requisitos que tuviste que aceptar para que te diéramos el alta en el hospital. Has recuperado tu vida y sigues estudiando que es lo que te toca hacer con la edad que tienes, pero creo que te voy a hacer unas pruebas y después, si todo sale correctamente, te daré el alta de estas sesiones para hacerte unos controles menos estrictos.

— ¿Y eso por qué? — Dijo ella muy sorprendida.

— Creo que no te estoy ayudando con esto. Tengo la sensación de que estamos perdiendo el tiempo y no es algo que me guste. — Andrea se empezó a desesperar. No me abandones tú también… La cicatriz y la poca credibilidad que el médico tenía en ella era lo único que la hacían sentirse unida a Gaia. Aún no se veía preparada para romper esa atadura. — Sin embargo, creo que hay algo más en todo esto. Me despiertas mucha curiosidad a nivel profesional e incluso en el personal.

— ¿Qué quiere decir, doctor?

— Quiero decir que el que necesita reflexionar ahora soy yo. Nos volveremos a ver la semana que viene y te diré cómo vamos a proceder. ¿De acuerdo? — Ella asintió sorprendida por la resolución de la visita. Él se puso de pie y le tendió su mano para estrecharla.

— ¿Es esto una despedida?

— Espero que no. No me des plantón la semana que viene. — Le sonrió al tiempo que le guiñaba un ojo para buscar su complicidad. — Pide hora en el mostrador de fuera, por favor. Hasta pronto.

Aquella conversación la dejó muy descolocada. No sabía qué pensar de todo lo que le había dicho. Lo que sí que tuvo claro era que tenía que buscar un substitutivo en el caso de que ese hombre y lo que representaba para ella desapareciera de su vida. Así que al día siguiente, cuando se dispuso para ir a correr se apresuró para llegar a un sitio tranquilo en el que sabía que estaría sola y relajada. Se sentó en posición de meditación, como Aerith le había enseñado, y cerró los ojos. Como en otras ocasiones, no sabía muy bien qué era lo que estaba buscando, por lo que no sabía si aquello le serviría de algo. Pero quería encontrar, sobretodo una conexión. Algo. Aquel primer día sólo oyó su propia respiración, el segundo fue más de lo mismo, el tercero no fue diferente y el cuarto continuó en la misma línea. Cada día que pasaba sin resultados se desesperaba un poco más, se sentía más deprimida y su sentimiento de inutilidad se acentuaba. Al quinto día volvió a repetir el ritual: se sentó en el suelo, cruzó las piernas posando las manos sobre las rodillas, respiró hondo y cerró los ojos. No podía parar de pensar en sus mentores, Cloud y Aerith, en la sensación que le producía conectar con el Lifestream cada vez que invocaba un hechizo de gran calibre, en la satisfacción que le produjo capar las capacidades de Jénova y liberar a su chico de la presencia que le estaba oprimiendo constantemente. Nunca supo cómo lo había hecho, pero era capaz de hacerlo y no entendía por qué en la Tierra no le era posible. Notó un dolor agudo en su hombro izquierdo y se acarició la cicatriz.

Kanha….

Fue como un susurro, pero estaba segura de que no había sido su imaginación y abrió los ojos sobresaltada, aunque enseguida los volvió a cerrar con fuerza buscando esa conexión de nuevo, antes de que se perdiera del todo. Pero fue imposible. Tras eso arrancó a correr y se puso a llorar. Sus lágrimas eran de alegría y de frustración, ambos sentimientos intensos al mismo nivel. Su jornada transcurrió con un aire optimista que pasó tan desapercibido como sus días de pesimismo y depresión, aunque a ella eso no le importaba en absoluto. Cuando amaneció por sexta vez desde la última visita con el doctor Yagoubi Andrea se sintió diferente. Antes del alba se vistió para su ejercicio diario y salió de casa con paso ligero. Estaba enormemente motivada y tenía muchísimas esperanzas de conseguir resultados más positivos en aquella ocasión. Cuando llegó a su rincón de meditación repitió el mismo ritual, con la misma postura y se concentró. Notaba unas mariposillas en el estómago que no había sentido ningún otro día y estaba tan emocionada que tenía miedo de no conseguir nada y llevarse una gran decepción.

Notó la brisa matinal acariciarle la cara y atravesar su fina ropa de deporte, oyó cómo los madrugadores pajarillos empezaban el día con optimismo, cómo los primeros rayos de sol calentaba su piel. Notó la fría piedra sobre la que se había sentado, su dureza. Notó la grandeza del mundo que la rodeaba y se sintió tan pequeña e insignificante como un grano de arena en un desierto, como una gota de agua en medio del océano. Notó cómo bajo sus piernas había hierba húmeda, cómo la vida transcurría bajo su peso, cómo su propia energía conectaba con todo eso. Notó cómo su respiración dejaba de oírse para desaparecer y volverse una con su entorno.

Kanha…

Lo volvió a oír y, aunque no reconoció la voz, sabía que era alguien amigo. Alguien que la llamaba desde el otro lado.


¡Estoy aquí! Contestó ella mentalmente sin poder evitar que sus párpados cerrados no fuesen suficientemente herméticos como para contener sus lágrimas de alegría.

Andrea


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